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Nací cuando mi mamá tenía 23 y mi papá 24. Fui la primera bebé de la mayoría de los grupos de amigos de mis papás, y me acuerdo de las noches en las que mis papás tenían fiestas y me llevaban. Sus amigos tenían que disponer de sus camas, televisores, libros, y sus carteras para esculcar en esas noches, y yo me la pasaba felíz rodeada de veinteañeros. Me tocaron muchos, muchísimos matrimonios, embarazos y bebés, con los cuales yo siempre he estado encantada. Inevitablemente me fui convirtiendo en la que los entretenía, inclusive cuando cumplí los catorce o quince años. Era yo quien en las reuniones de los amigos de mis papás hacía de recreacionista, y cuando aún eran muy chiquitos para jugar, les pedía permiso a los papás para cargarlos, darles el tetero, y arrullarlos. Hasta hoy de lo mejor que me puede pasar, en el día a día, es ver a un bebé. Siento que se me explota el corazón de la ternura, y sí, soy de las que la voz se les torna fastidiosamente aguda. Por esto no fue coincidencia que cuando tenía siete años empecé a decir que quería tener seis hijos. Soñaba con mi vida de cantante por el mundo, eso era lo que quería ser cuando grande en ese momento, con seis hijos, cómo Madonna o Angelina Jolie. 

No fue hasta que me topé con el mundo del feminismo a los once años que cambié completamente mi infantil y facilista proyecto de vida. Fue ahí cuando me di cuenta que no todas las mujeres en Colombia, y en el mundo, tienen las mismas posibilidades que yo. No todas van al colegio, ni tienen a una familia que las ama y apoya en cualquier sueño. No todas tienen el privilegio (y sí, tristemente es un privilegio) de tener seguras las tres comidas del día, y menos de tener acceso a salud de calidad. Muchas no cuentan con el acceso a educación sexual y reproductiva que tuve estudiando en un colegio privado en Medellín y teniendo unos papás que no son muy religiosos. Muchísimas no están en una relación amorosa y saludable. Y muchísimas mujeres sufren de abuso sexual. Más específicamente, el 86% de las víctimas de abuso sexual presentados ante la justicia colombiana son mujeres, aunque no le creo mucho a este número emitido en el 2016 porque bien sabemos que vivimos en una sociedad que alimenta al silencio, y por ende, la complicidad. Fue así cómo me topé, de frente, con un privilegio culposo que en algún momento de mi vida, antes de decidir usarlo para escuchar y amplificar las voces de quienes no son tan afortunados como yo, lo consideré una carga. 

Desde hace un par de años digo que no quiero tener hijos. Me asusta que la persona que traiga al mundo sea discriminada por su género, sea vulnerada constantemente, cómo lo hemos sido tantas mujeres en Colombia, un país en “postconflicto”. Me asusta tener que afrontar que a una hija mía le pase lo que a tantas, y no pueda recurrir a servicios cómo el del aborto para poder continuar viviendo su vida lo más cómoda cómo sea posible. Y me aterroriza el que no puedan vivir en completa libertad. El 21 de febrero del 2022 mis redes sociales se inundaron de corazones verdes y morados, simbolizando la despenalización del aborto hasta la semana 24. En simples palabras, las personas que aborten antes de las 24 semanas de gestación no serán encarceladas. Al mismo tiempo vi muchísimas reacciones, particularmente de mujeres, en las que se mostraron decepcionadas y dolidas ante el prospecto de que un embarazo de seis meses fuera terminado. Muchas dijeron que 24 semanas cómo plazo máximo les parecía mucho, y otras dijeron que el aborto también puede ser usado como herramienta patriarcal. Otras, ilusionadas con sus embarazos e hijos, mostraron sus barrigas crecientes o ecografías. 

Me rehuso a creer que estas mujeres dicen esto por falta de empatía. A muchas las conozco y las admiro, y nunca me parecerán menos mujeres por sus creencias. Y escribo esto porque sé que el feminismo las debería invitar. Este movimiento también es suyo, y merecen ser escuchadas completamente, sin prejuicios. Pero también lo merecemos las que estamos a favor del aborto legal. 

Al final de cuentas, esta sentencia no va a cambiar la vida de muchas que se oponen al aborto, pues eligirán no abortar; esta sentencia no es para el 1% colombiano, que históricamente han abortado cuando quieren. Esta sentencia sí es para las mujeres que sufren trabas legales para demostrar que su embarazo es producto de una violación, y para aqulles a quienes sus embarazos les recuerden que su sexo no concuerda con su género. Es para la mujer que fue obligada a parir amarrada a una cama para que su bebé muriera a las pocas horas luego de intentar acceder al aborto legal bajo la causal de malformación del feto. Es para aquellas personas que tienen que caminar horas por agua potable, y no tienen sistemas de salud de calidad cerca. Es por aquellas niñas que no entienden la relación entre el sexo y el embarazo porque tuvieron una educación sexual insuficiente. Es para las mujeres que mueren en el intento de dictar su propia vida. 

También cabe recalcar que el aborto no puede ser usado cómo método anticonceptivo, pues no evita la concepción. La concepción ya sucedió. El aborto es una herramienta, ahora legal, que las mujeres podemos usar frente a las cirunstancias luego de la concepción, sea abuso intrafamiliar, violación, proyecto de vida,  o recursos insuficientes. Tampoco podemos ignorar que el 92% de las interrupciones de embarazos que se realizan en Profamilia son en las primeras 15 semanas, entonces aquí pienso que se cae el argumento de que ahora las mujeres vamos a abortar a los seis meses. Además, en este momento sí se aborta a los seis meses, solo que de forma ilegal, insegura, y escondida. La garantía de las 24 semanas protege a tantas mujeres, en un país que aún sigue sufriendo las consecuencias de una guerra civil no-declarada, un país que no ha podido cerrar las brechas entre centros urbanos y la ruralidad. Un país que aún no ha podido vencer al patriarcado. 

No me sorprende que sólo una de los magistrados que votaron a favor del aborto legal hasta la semana 24 en Colombia sea una mujer. Una de cinco. Y me rehúso a creer que las que votaron en contra no tienen empatía. tres de cuatro. Cinco a favor y cuatro en contra. 

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