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En mi columna anterior expliqué algunas consideraciones filosófico-políticas que subyacen a mi decisión de votar por Gustavo Petro y Francia Márquez en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de este 19 de junio. Destaqué tres asuntos: (i) el pluralismo razonable y el hecho del desacuerdo, que nos invitan a aceptar la idea de que en nuestra sociedad existen diversos puntos de vista sobre el bien y la justicia acerca de los cuales no siempre estamos de acuerdo, y que incluso a veces se contradicen abiertamente unos con otros; (ii) la filosofía política que suscribo, compuesta por: (a) el liberalismo igualitarista en materia moral y económica, que me lleva a valorar la libertad individual como una prioridad, pero también a considerar necesario poner un límite a las desigualdades socioeconómicas mediante la búsqueda de una justa igualdad de oportunidades a través de políticas redistributivas, (b) el republicanismo-cívico en materia política, que hace que valore profundamente la participación activa de la ciudadanía en el autogobierno colectivo mediante formas participativas de democracia; y (iii) el carácter imperfecto del voto como mecanismo de transmisión de preferencias políticas, que nos impide expresar genuinamente lo que queremos decir en el momento de votar por los candidatos de nuestra preferencia. A continuación, voy a explicar de qué manera estas razones filosófico-políticas, al intentar aterrizarlas a la realidad electoral colombiana, hacen que me incline por Petro y Márquez.
El desacuerdo en una elección difícil
Parto por reconocer que no considero que mi decisión electoral sea obvia. Genuinamente estoy convencido de que Petro y Márquez son la mejor opción actual para el país y de que debo darles mi voto, pero entiendo a quienes disienten de este punto de vista, pues se trata de un juicio de valor en materia política, no de un juicio de hecho sobre la existencia de la ley de la gravedad. No creo que quienes vayan a votar por Rodolfo Hernández y Marelen Castillo sean irracionales, sino que, explícita o implícitamente, se sienten atraídos por la combinación de cambio conservador que puede representar dicha opción electoral. Tampoco considero que quienes han decidido votar en blanco sean insensibles o indiferentes ante el futuro del país, sino que probablemente sienten que ante una disyuntiva que ellos perciben como trágica, prefieren optar por la opción que les permite rechazar ambos proyectos.
Existen profundos desacuerdos respecto de las concepciones del bien y la justicia entre los votantes de las diferentes orillas, y dudo que en el corto plazo esos desacuerdos vayan a ser solventados. Pero esto no puede permitir que nos dejemos llevar por el odio y la discusión virulenta, sino que debemos insistir en la deliberación democrática como mecanismo para alcanzar acuerdos imperfectos y provisionales que nos permitan seguir viviendo juntos. Por esto, más allá de los candidatos y de los votantes fanáticos que hay en cada uno de los lados, quienes los apoyamos debemos insistir en la necesidad del debate abierto como mecanismo para encontrar puntos de acuerdo en medio del desacuerdo después del 19 de junio.
Un nuevo arreglo político y distributivo
La fuerza de Petro y Márquez viene de muchos lugares. Hay, es innegable, un elemento de prácticas políticas reprochables detrás de ellos, como quedó evidenciado en los videos que muestran las estrategias electorales de Roy Barreras que han circulado por ahí. Pero es ingenuo pensar que la izquierda democrática está a punto de ganar las elecciones presidenciales por primera vez en la historia del país solamente a punta de “Roys”, pues eso no basta, ni de lejos.
Los impresionantes resultados de Petro y Márquez obedecen al cansancio de una buena parte del país con un modelo agotado. Como explicó recientemente Francisco Gutiérrez Sanín en una maravillosa columna, el “modelo colombiano ha consistido en la combinación de tres elementos”: (i) “democracia representativa y pesos y contrapesos institucionales”, (ii) “desigualdad social extrema y exclusiones sociales masivas”, (iii) “intermediación política clientelista”. Este modelo, debe anotarse, ha sido protegido a sangre y fuego: “En la medida en que la democracia representativa y las protecciones institucionales han ofrecido libertades y protecciones reales, las desigualdades extremas y la corrupción intrínseca al clientelismo han tenido que protegerse con dosis muy altas de violencia”.
Petro y Márquez, con todos sus defectos, representan un cambio importante respecto de dicho modelo, como se hace evidente en su programa de gobierno. Como explican Fernando Medina y María Cótamo en un artículo reciente, este contiene elementos innovadores como los siguientes: (i) una visión de un Estado con más funciones que propone que este “reasuma competencias, objetivos, recursos y acciones que había abandonado a raíz del proceso de privatización que Colombia adelantó bajo el llamado ‘Consenso de Washington’”, un punto que va en línea con el liberalismo igualitarista preocupado por la justicia distributiva; (ii) el fortalecimiento de la inclusión social y política de las mujeres a través de medidas como la creación de “un sistema nacional de cuidado que asuma una parte de la carga de las cuidadoras, que haga posible su acceso a educación y formación, y que les permita participar en todos los órdenes de la vida social”, propuesta que encuentra respaldo en versiones feministas del liberalismo igualitarista como la de Susan Moller Okin; (iii) el rol protagónico de la sociedad civil en el autogobierno colectivo, materializado en la propuesta de “que los ciudadanos y sus organizaciones participen de forma incidente en la definición del sistema institucional, de las metas, proyectos, presupuestos, estrategias y actividades que adelantarán los distintos sectores del gobierno”, algo que está en sintonía con el republicanismo-cívico, defensor de formas vigorosas de participación ciudadana en la vida pública.
Lo que mi voto no me deja expresar
Por las razones que he presentado, este 19 de junio votaré por Petro y Márquez. Soy consciente de que este voto, al igual que el de los millones de colombianos que los respaldemos, podrá ser interpretado por ellos como un respaldo absoluto e incondicional a su proyecto y a sus figuras. Esto es inevitable y, sin duda, tiene cierto sentido trágico, pues como dice Roberto Gargarella, al votar “no pronunciamos palabra alguna: es como si de pronto hiciéramos ruido. Como si arrojáramos piedras”. Y continúa el profesor argentino: “Puede suceder, entonces, que hagamos un ruido enorme. Pero enseguida alguien puede preguntarse qué será lo que el pueblo ha querido decir. Las explicaciones no faltarán: políticos beneficiados o perjudicados se apresurarán a llenar el vacío de las palabras, dando su interpretación y sentido final a nuestros actos”.
Inevitable, sí, pero así es la política representativa, al menos por el momento. Yo, al igual que muchos votantes, le quiero decir a Petro y a Márquez que a pesar de que les confiaré mi voto, no los respaldaré ciegamente. ¿Necesitamos acelerar la transición energética hacia un modelo de energías limpias? Sí, pero eso no se puede hacer de la noche a la mañana ni a las patadas. Todo cambio social, político y económico, por radical que sea respecto del statu quo, debe ser ordenado y coherente. ¿Queremos mejorar el sistema de salud? Evidentemente sí, pero aprovechando las virtudes del modelo existente, no pretendiendo arrancar de cero. ¿Se puede cuestionar al Banco de la República y proponer cambios en su organización? Claro, pues en democracia no debemos tener temas vetados a la discusión pública. Pero todo cambio propuesto debe partir de reconocer las cosas buenas que tienen los arreglos institucionales existentes, y ha de basarse en una deliberación pública amplia e inclusiva, que incorpore a los defensores del modelo actual.
Si, al momento de votar, pudiera señalar lo que apoyo y lo que no de los candidatos, resaltaría estas y muchas otras temáticas al darle mi voto a Petro y a Márquez. Lastimosamente, no puedo hacerlo y no tengo más opción que marcar una simple X en el tarjetón. Por suerte, la democracia va más allá de las elecciones y el hecho de votar por una opción electoral no elimina nuestra capacidad de mantenernos críticos frente a la misma. Solo el tiempo nos dirá que tan acertada o errada fue la decisión que cada uno de nosotros tome el domingo.