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Querida lectora, querido lector:
Mi columna de esta semana la quiero usar como una especie de canalizador, como el lugar donde vengo a depositar una frustración permanente por una situación que no padezco en carne propia, pero que siento y me indispone como si lo fuera, pues afecta a personas que quiero y también porque ya es una práctica arraigada y que parece no tener remedio. Un lastre y un flagelo que demuestran el fracaso mismo del Estado de derecho, de sus gobiernos y su gente, por negarle a las mujeres el derecho a llevar su vida con normalidad, con tranquilidad, de disfrutar los espacios públicos, de salir en la noche y de vivir sin el miedo permanente de no volver a casa o de volver destruidas porque algún monstruo decidió atropellar su vida y su integridad.
No hay semana, a veces incluso día, en el que mis hermanas, mi novia o alguna amiga llegue diciendo:
- “Venía en la bicicleta y un viejo me morboseó.”
- “Iba caminando y desde el carro un tipo se insinuó.”
- “Iba en el bus y unos tipos me arrinconaron.”
- “El man del Uber me tocó las piernas.”
- “Aprovechando el tumulto del metro me mandaron la mano.”
- “El profesor me hizo comentarios por mi falda.”
- “Los compañeros de clase no me toman en serio por ser mujer.”
La lista de comentarios y lugares es interminable; los episodios de asedio, persecución, minimización y vulneración se han vuelto una constante ominosa. Parece que se ensañan con sus vidas de una forma grotesca y violenta, es como si la sociedad estuviese empeñada en rotularles en la frente una sentencia de la que difícilmente escaparán y de la que serán víctimas su vida entera: “Vivirás con miedo, no importa dónde, cuándo y con quién te encuentres.” Mucho se ha escrito al respecto, miles de denuncias se hacen (millones no), el legislador intenta resolverlo con una norma, el ejecutivo trata de implementar políticas de prevención y acción y el juez actúa (cuando actúa) solo una vez que todo lo anterior ya ha sido ineficaz y la vida ha sido arrebatada o la dignidad ultrajada.
Sí, soy hombre, casi con normalidad puedo hacer mi vida en cualquier espacio o en cualquier momento, no vivo con el peligro respirándome en la nuca. Salgo de noche, uso el transporte público o camino sin la exposición prevalente al riesgo de ser acosado o agredido. Incluso, podrán decir que este no es más que un lugar común, algo que no le queda bien a un hombre manifestar. Pero soy hermano, soy novio, soy amigo, soy compañero y si no hago explícita esa frustración, si permanezco indiferente o guardo silencio con lo que a diario les pasa por lo menos a quienes tengo cerca, seré cuando menos permisivo o cómplice y, cómo no, responsable de que se perpetúe la aberración. Seguirá pasando, con toda seguridad, es una tragedia. Mientras usted lee esto, en el mundo, mujeres están siendo acosadas, maltratadas, violadas o asesinadas.
¿Qué más podemos hacer? No sé, la impotencia es tremenda.
¡Que rabia, hijueputa!
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/