Vivir como se piensa

“Es necesario poseer cierto grado de ceguera para poder descubrir algunas cosas. Ese es tal vez el signo del artista”.

El corazón salvaje. Clarice Lispector.

Hace poco mi pareja me dijo, muy naturalmente, “huele a araña”. Ante mi mirada hilarante, se reafirmó: “Sí, huele a araña. Cuando limpio lo de las arañas huele a esto. A esto huelen las arañas”. Me reí con el alivio que traen las nuevas ideas. Pensé en eso, en las nuevas ideas como puertas para mirar el mundo de otras formas. Y en la urgencia de libertad, diversidad, curiosidad y espacio para buscarlas en este presente opaco. Pensé en lo que escribió Manuel Jabois sobre «el verdadero secreto de hacerse adulto, que es el secreto del lenguaje y sus posibilidades», recordando una idea de Fernando Savater sobre cómo “la educación sirve para que los niños conozcan las alternativas que existen a los prejuicios de sus padres». Hay una enorme cantidad de descubrimientos que debemos hacer nosotros mismos, caminando descalzos sobre las espinas del mundo. Y en eso influyen el paisaje, los libros, las lenguas que oímos, lo que hacemos cada día, lo que creemos que perseguimos viviendo.

Pienso en esto a partir del delirante modelo de vida estadounidense que ha dejado sin alma a esa sociedad. Escribió el físico y analista del Instituto de la Felicidad de Copenhague, Alejandro Cencerrado: «Como europeos, estamos en un momento clave para decidir si queremos seguir el camino del consumismo, la hiperproductividad y la acumulación, o si en su lugar queremos que el progreso sea sinónimo de calidad de vida». Murió el gran Pepe Mujica, que siempre defendió la vida digna y el propósito —gastarse la vida en lo que uno tiene dentro— por encima de una existencia dedicada al ciclo de las necesidades infinitas y la esclavitud para saciarlas.

En Europa el aprendizaje después de industrialización, guerras y demás, fue que la vida es más importante que cualquier otra cosa y que, para mantener sana y vigente esa idea, es fundamental el humanismo, su diversidad, a través del arte, la literatura, la naturaleza, el disfrute. La gente no vive para ser esclava de nada ni de nadie, ni para morir por ninguna patria, ni respira o abraza billetes. Contó la escritora rumana Corina Oproae, hablando sobre los últimos años en su país durante el comunismo que Europa “no era solo un lugar en el mapa sino la promesa de la literatura, del arte y del pensamiento libre (…) esa idea de que Europa es un diálogo incesante entre culturas, entre formas de ver el mundo”.

Formas de ver el mundo. Es eso. No hay una. No hay la correcta. Y cuando la gente está ocupada solo en producir dinero, ya sea porque no tiene la curiosidad ni la pasión suficientes para nada más, o por pura supervivencia, no le quedan tiempo ni ánimos para pensar por sí misma y contemplar posibilidades. Elegirá torpemente lo que le dicen que está del lado de su dinero. Y no será más feliz. No estará más viva. Será esclava voluntaria de un sistema que, como afirma el filósofo Byung-Chul Han, explota la supuesta libertad de la que ha convencido a sus esclavos.

“Cuando los derechos se convierten en insultos en los juegos infantiles, la ideología que se infiltra en los cuerpos es la propia distopía. Porque jugar, como sabemos, es algo muy serio», escribió Eliane Brum, y eso lo evidenciamos hoy en sociedades en las que la violencia entre niños ha llegado a niveles alarmantes. Estoy convencida de que un niño que lee, que ha tenido experiencias interculturales, que se ha acercado a otras lenguas y a la naturaleza, es más capaz de cuestionar los dogmas que lo rodean y de rechazar la violencia primero en sus juegos y, más tarde, como base para la vida. Porque quien está cerca de la exorbitancia de lo vivo reconoce su riqueza, la anhela, la protege, no se deja distraer por la irrelevancia ni convencer por quienes, captados por esa irrelevancia, desean hacer daño.

Nadie nos dice nunca que observar los pájaros sea importante o que nos preguntemos a qué huele una araña. Solo acercándonos se expande la curiosidad y nos hacemos preguntas propias que desembocan en destinos insospechados. Como la bióloga que, siendo niña, vislumbró su vocación en una playa al descubrir que al sacar a un caracol de su concha, este no podía volver a entrar. Ella es una de las científicas que hoy alertan del peligro del actual gobierno norteamericano para la ciencia y la diversidad.

“Antes de que cayera el Muro de Berlín, Milan Kundera ya formuló con admirable exactitud todo lo que opone Europa al imperio ruso: la máxima diversidad en el mínimo espacio, en vez de la diversidad mínima en el máximo espacio. Sirve también para el imperio trumpista”, escribió Lluís Bassets. Europa —el esplendor de la vida— es el camino. Como decía Pepe Mujica, es bueno vivir como se piensa porque de lo contrario se pensará como se vive.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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