Vivimos en una época extraña

Vivimos en una época extraña

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Vivimos en una época extraña: somos absurdamente egoístas y centrados en el placer personal, pero nos cuesta enormemente enfrentarnos con nosotros mismos y preguntarnos lo que realmente queremos ser, hacer y vivir. No es extraño que estemos pasando por tantas crisis y situaciones dolorosas, pues son consecuencia de las acciones que todos y cada uno hemos tomado a lo largo de nuestra vida.

Cada día pasa y muchas cosas parecieran que nunca van a cambiar, por más que haya advertencias, avisos, ideas e incluso regaños, todo pareciera tener un estado de inmovilidad y de permanencia, incluso a pesar de que vivimos en un mundo que no para de moverse. No importa qué tanto nos digan que algo está mal, o qué tanto sepamos que las cosas que estamos haciendo tal vez no traen resultados positivos ni para nosotros mismos ni para otros, pero ¿qué importa? Pues vivimos acostumbrados y condicionados, de manera que el cambio siempre asusta y genera rechazo e incomodidad. Y eso se ve en aspectos fundamentales como la salud, las relaciones con otros, la actitud ante la vida, la tolerancia a la frustración, el dinero, las dificultades diarias y la relación con la naturaleza. Por nombrar algunos.

Es desesperanzador ver cómo todos continuamente viven como si no les importara nada ni nadie, con la firme excusa de que son felices y autónomos, que tienen libertad y están viviendo lo mejor que pueden; pero la realidad muestra lo contrario: esclavitud, dependencia, inconformidad constante, falta de identidad, violencia, ¿a qué costo vamos a seguir?

En ese mismo sentido, se vuelve fácil dejarse atrapar por la rutina y las excusas, pues todos afirmamos querer hacer las cosas bien, pero cuando se trata de hacer algo al respecto, decir estar ocupados y que tenemos muchas responsabilidades se vuelve el escudo. Si bien hay cosas que no quisiéramos cambiar y que es muy díficil, el solo hecho de tener una actitud cerrada, egoísta y cómoda, impide cualquier posibilidad de transformación; porque el foco está en mí y en lo que me afecta, no en los otros.

El camino se hace a veces tortuoso y solitario, porque los impulsos e intenciones de muchos (y claro, las propias) se quedan ahí, en intenciones. Eso hace perder fuerza y esperanza, pues las acciones se quedan en humo.

Es por esto que las acciones individuales y la resiliencia son cualidades a fortalecer y cuidar, pues las dificultades nunca dejan de aparecer, pero con la confianza de estar haciendo lo mejor posible en cada momento siempre va a ser suficiente. Pero además, es fundamental saber que esas acciones tienen influencia en otras personas y en el entorno, mientras no identifiquemos eso, va a ser imposible dimensionar el nivel de impacto que cada acción tiene y la motivación para cambiar.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/esteban-perez/

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