Escuchar artículo
|
El plateado es un color que chilla en la selva. Nada es metálico ahí, nada tiene esa dureza. La selva no tiene puertas ni de entrada ni de salida, allí se entra por cualquier punto y se sale solo si se tiene suerte.
Por eso es tan impresionante ver un muro de alambre de púas con rollos de concertina de arriba a abajo en un claro del Darién, un obstáculo para los migrantes en su travesía, otro entre los cientos que encuentran en el camino.
Así se concretó el pasado 4 de julio la metáfora del entonces candidato Mulino quien, antes de ser elegido presidente de Panamá, explicaba que su idea de cerrar la frontera con Colombia en el tapón del Darién era más que todo filosófica. Tres días después de su posesión, la filosofía se había vuelto alambre. Y uno no entiende.
Uno no entiende las ínfulas de José Raúl Mulino, que dice que la frontera de Estados Unidos se trasladó tantos kilómetros para abajo y fue a parar a una de estas repúblicas bananeras del sur. No entiende la fe en la eficacia de estas medidas, cuando un par de días después ya había noticias de árboles tumbados para aplastar el acero y vencer el cerco para pasar por encima. Y había imágenes de gente en fila pasando de a una por debajo, por entre un hueco cavado en el fango. “Dejen de creer las noticias” decía un mensaje de whatsapp en un grupo logístico de migración ilegal citado por Telemundo. “Las únicas personas afectadas por las barreras son las personas negativas y flojas”. Las rutas siguen iguales, insisten los coyotes en sus canales de comunicación.
Los migrantes son cualquier cosa, menos negativos o flojos. Tienen en la cabeza una idea fija, inamovible, dura como una piedra: que cualquier cosa, cualquiera, es mejor que quedarse en su país. Los mueve una esperanza, la última, más importante que la vida misma: llegar a Estados Unidos.
Por eso uno no entiende al bien peinado de Mulino, que no se despeluca ni un poquito, con tantas voces en contra (que seguro habrá leído), voces a nombre de los derechos humanos, diciendo que tales medidas amenazan con más atropellos y más peligros a estas personas en el limbo del tránsito, en la misma proporción que benefician las economías de tráfico de personas, abocadas a abrir más rutas, cobrar más caro o explotar más intensivamente otras todavía más peligrosas que la más peligrosa de toda América, que es la del tapón del Darién. Como la que sale desde San Andrés hasta Nicaragua.
Como una profecía cumplida, cinco días después de instalados los cercos carcelarios en la mitad de la selva, ocurrió un naufragio de migrantes en San Andrés. A una milla de la isla, guardacostas de la Armada rescataron a 15, hallaron un muerto y cuatro restantes desaparecieron en el mar, entre ellos, los padres de un bebé. A esta ruta la llaman VIP, tal vez porque suena más lujoso viajar por mar que por tierra, y porque cuesta más, hasta 5.000 dólares. Pero la realidad es que montan gente sin chalecos en lanchas de pesca desvencijadas, con motores que no pueden con todo ese mar durante siete horas, sin equipos de comunicación, hasta Corn Island, una isla nicaragüense desde donde pasan en ferry a tierra firme.
Uno tampoco entiende a las autoridades colombianas, que ejercen nulo control según la propia Procuraduría General de la Nación. No existe en el país un solo albergue oficial para migrantes, por ejemplo. Los que hay son de organizaciones de ayuda humanitaria. Tampoco hay una coordinación institucional: los grupos de ciudadanos en tránsito llegan a poblaciones pobres como Necoclí, Turbo, Acandí o Capurganá, y alcaldes y gobernadores son testigos impávidos de la dinamización económica que produce ese paso en sus municipios. Todos comen: el Clan del Golfo, que cobra “impuestos” a los traficantes y controla las rutas. La Fundación Ideas para la Paz revela que, incluso, el grupo ilegal vigila que los extranjeros, provenientes sobre todo de Venezuela y Ecuador, pero también de Asia y África, sean bien tratados. Y comen también los operadores logísticos a cargo del tránsito de las personas.
Los que sí entienden a Mulino, dicen que espera organizar el flujo de migrantes por un solo paso, de modo que pueda tener control y garantizar el “retorno seguro” de estas personas hasta su país de origen. Deportación, es la palabra para traducir el eufemismo. En una entrevista con Andrés Oppenheimer, el recién posesionado Presidente habla de un acuerdo de cooperación económica con Estados Unidos, con el que financiará la infraestructura necesaria para el retorno. ¿Cuántos aviones necesita para devolver personas que llegan por miles cada día? Lo resuelve muy fácil Mulino: “después que despegue el cuarto o quinto avión hacia Venezuela o Colombia, lo van a pensar dos veces”. Entonces uno no puede creer el desparpajo.
O tal vez sí. Aparece un nuevo presidente histórico, ungido para cumplir con una misión trascendental, transnacional: defender la frontera de Estados Unidos y hacerse notar de Donald Trump.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/