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Una sonrisa en la vidriera

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Para escuchar leyendo: Candombe para José, Roberto Ternán.

La noticia de Bolivia aún me retumbaba en la mente. La imagen del presidente Arce enfrentando al general Zuñiga me había impresionado y quería proponerles, queridos lectores, un par de ideas que me había dejado la intentona golpista de esta semana.

La hora del día que había reservado para revisar la columna, me había llegado refugiado de la lluvia en una de las sedes de una cafetería muy popular, en un centro comercial del sur de la ciudad. Estaba sentado en la última mesa que da a una gran vidriera que separa el café del resto de los locales, ideal para ver a la gente y al tiempo pasar mientras uno se cree importante escribiendo cosas que también cree importantes.

Tenía la columna casi lista cuando vi pasar una vendedora -supe que lo era por su uniforme- que salía de un local con una caja en sus manos y una sonrisa en su rostro. Empezó a bailar, mientras caminaba, y entró a otra tienda. Su alegría me sorprendió.

Casi diez minutos después la volví a ver, salió bailando otra vez y su sonrisa era más amplia que en la oportunidad pasada. Me puso a pensar, porque se le veía más en una fiesta que en plena jornada de trabajo (que debió ser ya pesada porque el día se acababa) y disfrutaba incluso de mover productos de una sede a otra.

Me sorprendió y me puso a pensar, porque minutos antes de empezar a ajustar la columna, me había dedicado a resolver un reto de mi trabajo que me tenía, de cierta forma, angustiado. Y pensé, recordando la sonrisa reflejada, si no saldría mejor librado del reto que se me había presentado laboralmente si lo hubiera atendido con la misma decisión de esa vendedora, bailándome la jornada, candombeando las penas como hacía El Negro José que hizo famoso a Illapu.

Esa señora me dio una lección enorme, y quiero proponérselas queridos lectores. Existe en la agenda pública de occidente un acuerdo tácito entre los medios y redes sociales: proponer, fomentar, profundizar y aumentar un ambiente de incertidumbre constante, de desasosiego frente al día a día. En nuestros días, albergar la esperanza es un acto de rebeldía.

Yo quiero ser esa señora, yo quiero salir de mi oficina bailando y entrar a ella así. Yo quiero guardarle unos minuticos a mis días para la música. No quiero angustiarme, no quiero que nos angustiemos. De las cosas más hermosas de la idiosincrasia de nuestras tierras es la capacidad de encontrarle espacio a las alegrías en medio de tanta desazón, es un deber casi moral y una herencia general para los latinoamericanos el defender nuestro derecho al festejo.

Tenemos, desde Tijuana hasta Ushuaia, un lenguaje común que pocas latitudes encuentran, el de la fiesta y el baile. Esa debe ser también nuestra respuesta a esos golpistas, a esos tiranos, a los que le juegan a la desesperanza, a los alarmistas, a los que nos ven como clientes o cifras. La sonrisa en la vidriera me recordó la alegría que es vivir, espero no olvidarla de nuevo.

“Amanece, que no es poco.”

¡Ánimo!

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-henao-castro/

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