Una empresa criminal

Una empresa criminal

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A José Arcadio Segundo Buendía lo persiguió para siempre el recuerdo de aquel tren repleto de cadáveres, el traqueteo de las metralletas, el olvido y la negación de un país entero de lo que él vio y vivió. Fue incapaz de olvidar la jornada de muerte de la que se salvó porque su azar sería otro.

Como en el Macondo de José Arcadio Segundo, en Colombia fueron más los otros (¿fuimos, acaso?), los que no vieron nada, los que olvidaron, los que miraron para otro lado, los incrédulos, los que dejaron para las márgenes de los libros de historia y para los rincones de los diarios que la parca recorrió los campos buscando gente para llevarse, con la guadaña nueva y reluciente, financiada con el dinero de una empresa que está atada desde hace más de una centuria a estas tierras llena de platanales regados con sangre: la bananera, la United Fruit Company, la reciente Chiquita Brands.

Masacre de las bananeras hubo una sola. Masacrados entre bananos hay miles.

Existieron aquí, en la vida real, otros José Arcadios, gente testaruda que se negó al relato del olvido, que persiguió los datos, que escarbó en papeles y combatió contra leguleyadas que escondían lo que se negaba: que esas empresas prestigiosas y orgullosas pasaban por debajo de la mesa dineros para financiar ejércitos irregulares para sacar del camino aquello que interrumpía su noble misión: enriquecerse con la fruta de la musa paradisiaca.

Porque la historia siempre estuvo ahí para quienes quisieran verla, porque al relato del horror es posible seguirle el rastro porque el dulce olor de la fruta, cuando se pudre, es un hedor difícil de ocultar. Y ahí están los reportes de Verdad Abierta o el juicioso seguimiento del periodista Nacho Gómez para comprobarlo.

Lo mío es el banano, lo que me impida sembrarlo, recogerlo, embalarlo, empacarlo y venderlo, me estorba, imagino se habrán dicho en alguna sala de juntas donde se definieron modos de pago, partidas, condiciones…

Pero ahora viene otro y nos lo dice, confirma lo que nos dijeron una y otra vez. Un juez de otro país, porque aquí la justicia se olvidó de esos delitos y porque aquí se han cerrado pronto las puertas que medio se entreabrieron para que los terceros pasaran con sus relatos de horror ante la Comisión de la Verdad. Viene otro juez, digo, para que escuchemos en otro idioma, lo que clamaron cientos de voces aquí, en la lengua que todos entendemos: que Chiquita Brands pagó a los paramilitares para que hiciera lo que ellos esperaba que se hiciera.

Hace años alguien habló de paraempresarismo. El neologismo no alcanzó a hacer carrera. Quizás en parte porque en Colombia las empresas gozan de un manto protector que permite que las personas duden cuando la justicia las encuentra culpables. ¿Se cartelizó Familia? ¡No puede ser! ¿Pago  sobornos Corficolombiana?  ¡Imposible! ¿Argos compró tierras de desplazados? ¡Tuvo que ser de buena fe!

Y sin embargo ahí están los hechos, tozudos, innegables. Que vea el que quiera ver, que escuche el que quiere oír. Y que, ojalá, pague ante la justicia de los hombres el que tenga que pagar.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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