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“Todo el afecto de mi corazón para las vivaces mujercillas del molino,

tan ducho fue su llanto

por el jinete de la yegua castaña”.

Eibhlín Dubh Ní Chonaill

“Somos un eco que se desliza a través de una sucesión de habitaciones”.

Czesław Miłosz

“Este es un texto hembra”. Así empieza Un fantasma en la garganta, la novela de la escritora irlandesa Doireann Ní Ghríofa. Una mujer escribe sobre la vida de otra mientras se sumerge en sus labores domésticas. Invita a unirse a un coro, porque el libro, escrito en una prosa magistral, es un poema largo en el que se escuchan las voces de las mujeres que, siglo tras siglo, han resistido con valentía el menosprecio, el olvido. Doireann, una poeta en sus 36 años, madre de cuatro hijos, pasa sus días entre la preparación de las cenas y el desayuno, la limpieza del hogar, la llevada de sus niños a la guardería, y la obsesión por la vida de Eibhlín Dubh, una mujer del siglo XVIII que escribió un Caoineadh (en gaélico, quinead), un lamento por la muerte de su esposo Art, un aristócrata de esa Irlanda en guerra.

La novela es un coro, un canto fúnebre, la odisea de las mujeres sobre la maternidad, las pérdidas, el deseo, el desamor, la viudez, el deshonor por elegir a un hombre que la familia no aprueba, la venganza, el duelo, la rabia, el amor. Y un grito ahogado desde la exclusión y el destierro. Doireann emprende la labor de rescatar la imagen de Eibhlín, quien fue desheredada por su padre al elegir casarse con Art, el protagonista del Caoineadh, considerado el poema más importante de Irlanda de su época.

Pero no puede silenciarse la voz de los que escriben y cantan para mitigar el horror. No hay una mujer más sola que aquella que sufre, hasta que otras la acompañamos.

Un fantasma en la garganta es la reivindicación de una poeta contrariada que es, a su vez,  la poeta de este siglo que escribe en las noches cuando sus hijos duermen. El texto original de Eibhlín se perdió, pero se transmitió de cuerpo en cuerpo, de voz en voz; por eso muchos dudan de su autoría. No obstante, Ní Ghríofa la defiende con astucia: “La forma del Caoineadh pertenece a un género literario elaborado y tejido por mujeres, un entramado de voces de mujer transmitidas por cuerpos de mujer, un fenómeno que  me parece digno de asombro y admiración, no un motivo para sospechar de su autoría”.

Escribe, como ella misma dice, con los dedos untados de la leche que sale de su pecho, sucios y untados de mermelada por recoger trozos de comida que sus bebés tiran al suelo. ¿Cómo más puede escribir una mujer? Eibhlín lo hizo con la sangre aún caliente de su esposo muerto a sus pies; Doireann, con su cuerpo agotado por la crianza y las labores domésticas. Y me parece que todas las mujeres del mundo, cuando hablamos de algo, escribimos o pensamos, lo hacemos siempre invocando algo de nuestro propio cuerpo. Hay algo dentro de nosotras que desde muy jóvenes nos dicen que tenemos que cuidar, y aunque rechacemos esas normas, de manera inconsciente andamos por la vida ocultando algo que habita en nuestra piel, pero que, de una forma u otra, sale.

Entonces me uno al coro. Desde una vida que no se parece a la de Eibhlín. Lejos de la maternidad de Doireann. En un país de América Latina, pero inmersa en esa misma habitación femenina que me obliga a plantearme quién soy, a quién amo, si quiero o no ser mamá, si soy más valiosa o menos por estar casada con un hombre, si soy suficiente.

Me sostiene cada semana este texto que escribo desde mi cotidianidad. La sala de mi hogar que organicé, limpié y adorné con flores y libros, y en la que observo cómo transcurre la vida mientras intento agarrar lo que he construido, aunque sé que es frágil. Me uno al coro desde la soledad íntima de estas paredes que también fueron los muros de otras mujeres. En la libertad de ser quién soy, más a oscuras que de frente muchas veces. En ese cerco infinito y anacrónico que son algunas costumbres que persisten, y en las mujeres que han luchado, que seguimos luchando, por derrumbarlas.

“Este es un texto hembra escrito en el siglo XXI. Qué tarde. Cuántas cosas han cambiado. Qué pocas”. Muy pocas.  Y también unas cuántas. “Cuando recito unos versos del Caioneadh, mi voz repercute en los muros de piedra que entonces fueron testigos de la suya”.

Escribo para devolver el eco de esas voces humanas. De hembras que crearon un coro, un llanto, un grito, una carcajada seca. Lo hago y sé que muchas antes de mí no fueron escuchadas ni muchas otras que nacerán dentro de años lo serán, pero las reconozco. Hay algo que nos une. Son fantasmas que se funden, uno tras otro. Una tras otra. Y se alojan en la garganta. Como Eibhlín en la de Doireann, como Doireann en la mía. Y somos como lagunas: hondas, misteriosas, silenciosas… esferas infinitas que entremezclan sus aguas.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/amalia-uribe/

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