Un baño que no esté lleno de mierda

Un baño que no esté lleno de mierda

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Este lunes que pasó, nos reunimos en un sitio céntrico e icónico de Medellín varias personas a conversar sobre lo que pasaba en la ciudad y como el nuevo gobierno Petro- Márquez afectaría (positiva o negativamente) lo que estaba pasando en la ciudad.

Éramos 4 como principales, más una audiencia de una treintena de personas sin tener en cuenta los transeúntes que de a poco se sumaban a la conversación, escuchaban un rato y luego seguían con su rumbo.

Los cuatro que estábamos allí estábamos sin duda muy preparados. Hablábamos con palabras rimbombantes de como un nuevo modelo progresista del Estado tenía o no cabida en una sociedad aparentemente conservadora como la nuestra. Hablamos de la izquierda y de la derecha, de lo que significaba para cada uno o cada una de nosotras. Hablamos de la ideología del gobierno local. Hablamos de la ética de lo público, de las proyecciones electorales al 2023, del declive de la derecha y de los nuevos movimientos políticos. Una conversación tranquila. Tranquila, pero sin duda con aires de superioridad de esos cuatro pseudointelectuales que creíamos tener la fórmula para llevar a Medellín por la senda del progreso y el bienestar.

En medio del público una mujer. Marleny era su nombre, lo dijo en el momento en que intervino.

Marleny vestía jean y camisa café, pelo corto. Unos cincuenta y tantos años, muy delgada. Había estado allí durante casi la hora y media de conversación escuchándonos, mirándonos. Cuando llegó el momento de las intervenciones del público, Marleny toma el micrófono y nos da un duro golpe de realidad.

“Yo lo que necesito es un baño que no esté lleno de mierda. Porque puedo ser alcohólica, pero si quiero hacer mis necesidades no tengo donde porque todos los baños de por aquí están llenos de mierda”.

A Marleny que nos había escuchado hora y media le importaban poco las cifras de contratación directa de la alcaldía, o cuantos miembros de su gabinete se declaraban de izquierda o de derecha. Le importaba también poco la crisis institucional del Concejo y si el nuevo Presidente era o no cercano al Alcalde. La tenía sin cuidado si la esposa del Alcalde había o no participado en política o si el Centro Democrático debía sacar candidato propio a la Alcaldía. A Marleny todo eso que decíamos le sonaba poco, la tocaba poco, lo único que ella quería era un baño limpio y digno para hacer sus necesidades. Lo único que ella espera de un gobierno local es que le proporcione un baño que no esté lleno de mierda.

Marleny solo esperaba de nosotros o de cualquiera con un poco de poder, un acto simple que le devolviera su dignidad.

Por supuesto el público se rio. Pero no fue una risa real, fue más de vergüenza, creo que la vergüenza que sentimos todos allí sentados, en el centro de la ciudad y completamente desconectados de esta.

La política que hacemos en foros, en twitter, en salones cerrados, en cafés en el poblado. La política hipócrita y desconectada. La misma que le ha negado a Marleny su baño, la que desconoce los problemas reales de la gente real. La del ego, la que no transforma sino que disfraza realidades. Esa política aislada. Esa política que alimenta la profunda desigualdad en la que vivimos. A esa política hay que renunciar y construir una para Marleny y para los problemas de verdad, los ciertos, los que le quitan la dignidad a la gente y hacen su vida miserable. Una política sin pretensiones de cambiar el mundo, pero con la posibilidad de cambiar UN mundo.

Marleny nos revolcó la noche con sus palabras simples, y como dice el gran Saramago “es lo que tienen de bueno las palabras simples, que no saben engañar”.

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