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Ahora si nos enloquecimos. Hay gente que ya no quiere ser humana. Decidieron hacerse a un lado de la especie e inventar la suya. Se denominan Ciborgs. Seres que se customizan con tecnología, adicionando a su cuerpo algún dispositivo que los haga tener nuevas percepciones o sentidos. Se rediseñan para incorporar en el organismo algún mecanismo que los haga sentir cosas como las ondas de los delfines o percibir terremotos dentro de su cuerpo, o darse cuenta del cambio de temperaturas. Hasta ahora son pocos, pero es creciente el interés por convertirse en otra especie.
Lo extraño no es querer tener más información o sentidos, sino querer salirse de la especie. La palabra Ciborg significa la unión entre lo cibernético y lo orgánico. La diferencia con tener un celular o unas gafas de realidad aumentada es que ninguna de esas tecnologías se introduce en el cuerpo; además, son para tener más información mientras que las de los trashumanos son para percibir nuevas sensaciones.
Sobre esto, el debate es infinito. Va desde el límite con la tecnología, los riesgos asociados a cambiarse el cuerpo, las nuevas formas de relacionamiento que se le exige a la sociedad, hasta un debate por las normas de inclusión para mutantes, como lo promueve la Cyborg Foundation. Cada tema es suficientemente largo y ancho como para hacer una tesis. Pero lo que más me interesa sobre los trashumanos es el origen de esa decisión.
¿Qué le pasa a una sociedad que lleva a algunas personas a querer cambiar de especie?
Aquí no sirven los paralelismos con las identidades de género, raciales o étnicas. Esto es distinto. Son personas que no se identifican con la especie humana. Es decir, que no se sienten del todo mamíferos homo sapiens. Tampoco sirve el argumento de que todos estamos siendo apoyados, cada vez más, por la tecnología y la IA. Esto es otra cosa.
Los ciborgs son seres con Sensaciones Artificiales (AS), que es todo lo contrario a la inteligencia artificial (IA). La primera es inteligencia creada por humanos para ser sentida por humanos, la segunda es para las maquinas.
Estas personas quieren tener la naturaleza dentro, percibir los movimientos telúricos, los cambios de temperatura, aumentar la capacidad de visión. En fin, quieren más de lo que ya somos.
Es lamentable que el ser humano les resulte tan insuficiente. Pero para no juzgarlos, intentaré entenderlos. Basta con ver las obras humanas de terror, inequidad y violencia, para no querer identificarse con la especie. Si ser humano supone acabar con la naturaleza, deforestar, trabajar sin sentido o crear guerras por ideologías, entonces los ciborgs tal vez tengan un punto.
Estamos enfermado como sociedad y la búsqueda de soluciones es cada vez mas extraña. Pero el problema es la enfermedad, no el remedio; del problema hacemos parte todos. Somos cómplices de sistemas que nos están conduciendo a la demencia colectiva. Somos testigos silenciosos de un mundo que se aleja cada día más de la naturaleza. Seguimos celebrando una idea de desarrollo alejada de los ríos, de los mares, de los bosques, de la conexión con nuestro cuerpo, con nuestra respiración. Somos responsables de un consumo que alimenta la idea de un planeta que solo es percibido como recurso.
Seguimos en la lógica de la productividad, del reconocimiento por el dinero, por el poder. Todavía, nuestros héroes modernos, semidioses, son empresarios que crean unicornios a costa de la naturaleza y de la sociedad. Hablamos mucho de consciencia, pero los hábitos diarios siguen siendo los mismos. Hablamos demasiado de empatía, pero solo entendemos a los que se nos parecen, los que confirman nuestras posturas.
Con razón hay algunos que ya no quieren ser humanos y se están inventando cualquier salida, por más loca que suene, para distanciarse de esta humanidad. Nos enfermamos y el producto de un mundo agonizante son mutantes, como ellos mismos se denominan.
Algo falla en nuestra pirámide de valores, en nuestros sistemas educativos, en las familias, en las empresas. Algo no está bien, está muy mal. No veo cmo un avance a los Ciborgs, considero que son seres cansados de un sistema, que necesitan reconocerse distinto y que tienen profundas soledades interiores. Creo que son personas que no pudieron aprender a sentirse parte de la naturaleza, que no les enseñaron a meditar, que nacieron en ciudades alejadas del campo y que por eso están creando tecnologías que los acerquen a esas sensaciones vivas de la tierra.
Ellos por lo menos buscan una alternativa, otros acaban con su vida, con la misma sensación de insuficiencia de la especie y la pérdida del sentido de la existencia. Otros se drogan para no sentir nada, tratando de alejarse de una realidad que no les satisface. Yo los entiendo, soy capaz de empatizar con esa sensación. Y me hago un llamado para tratar de curar la raíz en vez de juzgar los resultados.
Para que sanemos la locura colectiva hay que hacer lo mismo que los adictos de cualquier sustancia: primero habrá que aceptarlo. Hay que reconocer que somos adictos al despilfarro, al reconocimiento, al poder; aceptar que nuestras decisiones diarias de consumo y de relacionamiento son causa de la enfermedad. Hay que decirnos con humildad y compasión que también somos parte del problema. La justificación de que todos lo hacen ya no basta, o que así es el sistema o que nadie cambia nada solo; eso no es más que una excusa.
Sabemos de sobra lo que sucede cuando las acciones individuales se vuelven colectivas, así que hay que empezar por uno mismo. Y después preguntarnos más, ya no solo por cada uno, sino en cómo servir a los demás en una nueva consciencia.
¿Cómo podemos construir un mundo del que todos queramos hacer parte? ¿Cómo hacemos para que todos sintamos que tenemos un lugar? ¿Cuál es la solución para que las vidas de tantos se llenen de sentido? ¿Qué podemos hacer para dejar de ser cómplices de una sociedad que mata la esperanza?
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/