Una langosta adulta, a 1883 metros de profundidad en el cañón submarino de Mar del Plata, se enfrenta a un robot para proteger a sus crías, resguardadas bajo una roca.
Ese podría ser el tema de un cuento verosímil, aunque más cercano a la ciencia ficción que a la realidad. Pero sucedió y vimos la escena en tiempo real. Hasta sentimos que la langosta, mirando de frente a SuBastian (el robot submarino), estaba mirando a cada uno de los miles de espectadores que, como si fuera una videollamada, observábamos en vivo y en directo lo que ocurría.
La expedición del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina) duró 21 días, reunió a más de 30 científicos y fue una muestra perfecta de que la ciencia sí entusiasma, sí conmueve. La transmisión en vivo demostró que la emoción por el conocimiento y la sorpresa de los descubrimientos pueden contagiarse.
Hizo evidente que niños y adultos necesitamos reconocer otros referentes de liderazgo, darnos cuenta de que, en medio de la desolación que nos muestran las noticias diarias, también hay esperanza. Hay diversas maneras de aprender, de vincular la tecnología con la naturaleza para identificarnos en ella.
Además, mostró cómo el vínculo juicioso entre organizaciones privadas y públicas funciona y genera resultados. Y, sobre todo, fue un grito que nos recuerda la urgencia de cuidar la educación pública de calidad en cualquier latitud del planeta.
En tiempos donde la ciencia se ve amenazada por la indiferencia o el recorte, esta expedición fue un acto de afirmación. A 1883 metros de profundidad, una langosta nos recordó que hay cosas que valen la pena defender. Y entre ellas, están la educación pública, la investigación libre y el derecho a maravillarnos.
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