“Nunca dejó de creer que la conciencia de la escasez es el principio de una sociedad más justa”. Antonio Muñoz Molina.
Estaba pensando en el mundo y se me ocurrió traer dos ejemplos iluminadores —por exóticos, gráficos, lacerantes— sobre la injusticia. No porque pretenda escribir para pedir un mundo justo —ya quisiera yo, y en el fondo siempre lo hago, pero sé que no existe—, sino para crear imágenes y pensar. Para pensar y sentir algo ante la injusticia inevitable pero atenuable. Porque, y no me cansaré de repetirlo, cuando uno entiende mejor cualquier cosa, algo se despierta dentro, se siente, y entonces nace la acción.
Leía un artículo en El País sobre cómo la guerra comercial del hombre zanahoria está revolcando a Madagascar, la isla en donde se produce 80% de la vainilla del mundo. Leía que Fulgence, que dedica su vida a cultivar vainilla, nunca ha probado el helado de ese sabor. Explica Joost Bastmeijer, autor del artículo, que hace unos años un ciclón terrible hizo que el precio de la vainilla se disparara, por lo cual en 2018 un kilo valía 600 dólares. “‘Fue una época dorada para Sava’, recuerda el agricultor Peter. ‘Si hubiera cultivado vainilla entonces, podría haberme construido una casa de ladrillo’”.
Para el segundo ejemplo traigo una anécdota que contó la escritora portuguesa Lídia Jorge en una columna sobre la hambruna en Gaza en relación con la historia del pan. Hablando sobre su visita a Lidice, un pueblo checo que destruyeron los nazis en 1942, dice que lo que más la impresionó fueron las cartas que dejaron los niños deportados. Escribe ella: “Antes de ser gaseados, muchos escribieron pidiendo auxilio, sin saber que todos, familiares y amigos, habían sido exterminados. Como es natural, las cartas de los niños de Lidice nunca salieron del perímetro del campo de concentración, por lo que fue posible encontrar algunas después de 1945. Son palabras aterradoras. Palabras de niños, incapaces de comprender su situación, pidiendo a sus conocidos que les enviaran un pedazo de pan por correo. Uno de ellos escribió: ‘Vecina, cuando salgas al patio, no les tires el pan mohoso a tus conejos, guárdalo para mandármelo a mí, que paso mucha hambre y no tengo nada que comer’”.
Sí, ya sabemos que es un mundo injusto y cruel, pero ¿debemos simplemente acostumbrarnos a ello y hacer como que no lo vemos? ¿O debe ser más bien esa crueldad que nos golpea la cara la que nos despierte y mueva nuestra sangre y nos llene de imágenes y de llanto y de ganas de correr e inventar todo aquello que pueda surgir de lo más bonito que tenemos dentro? Recordó Timothy Garton Ash la idea de George Orwell sobre cómo “ver lo que está delante de nuestras narices requiere un esfuerzo constante”. Y agregó: “Pero Orwell también nos insta a decir siempre lo que vemos, incluso aunque —no, especialmente aunque— resulte incómodo para los nuestros».
Veamos siempre, porque para eso estamos vivos. Vivimos para sorprendernos y que de ahí surja algo bello que ha de sorprender a otros.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/