David Foster Wallace es el mejor escritor que he leído a la hora de describir el deporte. En particular el tenis, deporte que jugó a nivel semi-profesional y sobre el cual se centra gran parte de su obra.
En 1992, escribió una reseña extensa a la biografía de Tracy Austin, una tenista gringa con una carrera excepcional a la que admiró profundamente. Por eso mismo no podía creer lo aburridos e insípidos que resultaron ser los memoirs de Austin. Buscando explicaciones, Foster cierra su crítica con una demoledora cita sobre las paradojas que trae consigo ser un deportista de alto rendimiento:
“(…)Puede ser que nosotros como espectadores, que no tenemos los dotes divinos de los atletas, seamos los únicos capaces de realmente ver, articular, y animar la experiencia del talento del que fuimos negados. Y que aquellos que reciben y viven con ese genial talento atlético deben, forzosamente, ser ciegos y sosos sobre este – y no porque esta ceguera y vacío sean el precio del talento que tienen, sino porque son parte de su esencia”.
Y aquí es cuando entra El Diego. Maradona – quien esta semana cumple un año de muerto (y un año sobrio) – Él es la definición opuesta a la descripción de Foster Wallace: el deportista menos soso y ciego a su talento que uno podría imaginarse, cuyo talento increíblemente queda opacado por la figura que logró construir fuera del campo de juego.
Comparémoslo con Messi, una buena variable de control: argentino, ágil, zurdo, bajito. Los dos alcanzaron la cúspide del fútbol europeo (aunque Messi por más años). Los dos parecen desafiar el paso del tiempo cuando llevan el balón pegado al pie: como con un imán, siempre capaces de anticipar el movimiento del que tienen al frente para rebasarlo sin aparentar el más mínimo esfuerzo, como si ya hubieran visto mil veces exactamente lo que va a pasar. Hipnóticos. Pero con una gran diferencia: Messi no gambeteó a seis ingleses ni sabe cuánto pesa la copa del mundo. Más importante: a Messi no le inventan chistes, ni iglesias, ni hace que se insulten en grupos familiares de Whatsapp cuando se discute su legado. Con Messi se debe pasar aburridísimo después de la primera media hora tomándose un tinto, seguramente contratará un ghost writer cuando tenga un contrato para relatar su legado. Con Maradona, hasta haciendo un trámite en el tránsito mientras putea a Havelange y cuenta cómo le metían pata en los partidos contra la Juventus, uno pasaría bueno.
Podría decir lo mismo de Cristiano Ronaldo, Pelé y muchos otros. También en otros deportes. Y no creo que eso hable mal de ellos, para nada. Es que tienen la vara muy alta: las habilidades sobrenaturales que despliegan al más alto de competitividad y exigencia en sus respectivos deportes, hacen que cualquier cosa que se asemeje a una vida corriente simplemente no sea suficiente frente al efecto narcótico que uno esperaría de una interacción con ellos. Maradona parece haberse esforzado por construir lo contrario.
Yo creo que Maradona no está ni cerca de ser indiscutiblemente el mejor jugador de fútbol de la historia. Siento que, en carrera, Messi, Cruyff, Gerd Müller, Cristiano Ronaldo, Beckenbahuer, Maldini , Platini o Pelé podrían igualarlo, algunos ganarle. Pero la de Maradona fue una carrera corta, podría alegarse que tuvo el mejor “pico” de años. Pues en “picos” tampoco me parece tan claro: Ronaldo, Van Basten o Romario podrían sumarse a la competición si vamos a hablar de un periodo corto de sus mejores años. Maradona no tiene los títulos ni los números que lo respalden. La de el Napoli, que alzó un título en la Serie A de finales de los 80s, es de las mejores sagas de la historia del fútbol italiano y el título en México 86 y el partido contra Inglaterra, el vencer a Thatcher y honrar a los caídos en las Malvinas, podría alegarse que es la mejor gesta en la historia de los mundiales, pero difícilmente justifican el aura de grandeza que construyó Maradona: su verdadera leyenda la hizo fuera de la cancha.
Porque nadie es capaz de no tener algo qué ver con Maradona. Amores y odios. Ningún otro jugador de fútbol paralizaría un país de la manera que él lo logró con Argentina a raíz de su muerte. Ningún otro deportista es asociado inmediatamente con lo peor de todos los vicios o con la mejor representación de todo lo bueno de lo dionisiaco. Ningún otro sería capaz de defender a morir a Fidel Castro y Hugo Chávez e igual conquistar los corazones de los más fachos.
A un año de su muerte, cuando pienso en Maradona, lo primero que recuerdo no es lo que hizo en la cancha (que solo me tocó verlo en Youtube, no sobra aclarar). Y eso es algo único, pero no necesariamente algo bueno. No creo que fue el mejor del mundo, pero me pregunto si hubiera tenido la vida sosa por fuera del campo que acostumbran a tener los mejores no podría haberlo alcanzado. Si no podría haber ganado Italia 90 y USA 94, haber durado más en el Barcelona y haber ganado un par de Champions. Haberle competido en Europa al Dream Team de Cruyff y haberle quitado más ligas a Juventus y Milan en los 90s. Haber superado los 300 goles, haber tenido una carrera de técnico más allá de los memes.
Pero quién soy yo para juzgar, a fin de cuentas no soy más que un güevón que cae en la “Falacia del pelotudo que critica a Maradona”:
“La falacia del pelotudo que critica a Maradona ocurre cuando el emisor de un argumento o proposición no gambeteó a 6 ingleses ni sabe cuánto pesa la copa del mundo.
El razonamiento se estructura de la siguiente manera:
A afirma B.
A no gambeteó a 6 ingleses ni sabe cuánto pesa la copa del mundo.
Por lo tanto, B es falso”
No me crean nada.