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Si me piden que defina qué es ser madre no tendría una respuesta de diccionario, sin embargo, puedo comprender que construir dicha definición es la pregunta más subjetiva y política por la que pasamos las mujeres.
Hacerse esta pregunta es un acto moderno, pues las mujeres no siempre pudimos cuestionar dicha orden. Parir, junto con el cuidado, es el mandato para nosotras por orden divina o regalo de la naturaleza; con la privatización de nuestros úteros, el contrato patriarcal nos impuso la regla de la maternidad y el desprestigio a quien no cumpliera con dicha ley.
Por lo anterior, en múltiples contextos la maternidad no se cuestiona, es un hecho connatural al ser mujer, hembra; por ello, dicho discurso ha sido utilizado para sustentar múltiples dinámicas de opresión sobre la vida y libertad de las mujeres. No es casualidad entonces que alrededor de las maternidades se tejan tantas disputas políticas sobre nuestros cuerpos, nuestro desarrollo y el papel que tenemos en la sociedad.
Quienes crecimos en condiciones de empobrecimiento, vemos la maternidad como desgracia. Muchas de mis compañeras del colegio y amigas del barrio se enfrentaron a ello sin terminar su bachillerato. Todo el mundo decía que nos habíamos dañado la vida y que sólo seríamos vendedoras de un almacén si no contábamos con la suerte de “dar con buenos hombres”. Pero, por otro lado, estaba el discurso de la pinta, de poder parirle a un pillo para generar su descendencia como un acto de honor, valentía, estatus y hasta estabilidad. Nuestros vientres hacían parte del botín de guerra.
Luego encontré en la universidad un relato mucho más profundo, el cuestionamiento al patriarcado, y aunque era un argumento más sólido, este relato daba continuidad a la idea de que ser mamá seguía representando un error, pues los proyectos personales y profesionales se troncarían.
Es así que durante mis primeros 25 años, la maternidad no fue una pregunta, fue un mandato del cual huía; corría cada vez que algo lo mencionaba y lo atraía pues era el ejemplo perfecto de mantener no sólo el empobrecimiento sino la opresión en las mujeres. Sin embargo, fue solo en dicha edad que pude hacerme la pregunta: ¿puedo ser mamá?, y esa posibilidad no como un mandato, sino como un camino que marca el deseo propio.
Cuando comencé a hacerme dicha pregunta empecé respondiendo en negativo, era impensable asumir una responsabilidad como esta sin tener condiciones materiales de existencia. Luego entendí que esas condiciones son difusas, pues vengo de la generación que creció con el relato que se hace realidad de no tener casa, beca, trabajo estable, remuneración digna, herencia y todo lo demás prometido a las generaciones anteriores.
Dedicarme a los asuntos de género me ha hecho reconocer que la maternidad y el cuidado son el obstáculo principal para que las mujeres accedamos y nos sostengamos en la autonomía económica, pues cuando analizas las cifras sabes que el rostro de todas las brechas de género de manera interseccional son las mujeres madres. Es decir, el rostro de la pobreza, el desempleo, los techos de cristal, las brechas salariales, la falta de conciliación de la vida laboral y familiar, los feminicidios, las violencias intrafamiliares, es el rostro de mujeres, madres, empobrecidas entre los 20 y los 35 años.
Sin embargo, aún con todo esto, vuelvo a la pregunta, y ya no es solo una, sino que se amplía, ubicándose en los contextos geopolíticos, sin ser entendida como opresión, sino sólo como una pregunta vital demasiado profunda:
- ¿Tiene mi cuerpo la edad y las condiciones biológicas para aguantar un proceso de gestación?
- ¿Tengo la pareja con la que quisiera construir un proceso de crianza?
- ¿Tengo la suficiente red de apoyo y de cuidado para soportar la vida laboral y profesional?, ¿Es decir, tengo abuelas, tías, amigas, o suficiente dinero para pagar por cuidado remunerado?
- ¿Tengo la suficiente fuerza física, mental, emocional y espiritual para seguir luchando por un lugar en el mundo sin que ser madre me desdibuje las otras mujeres que soy?
- ¿Tengo los recursos monetarios suficientes para acompañar la vida de otra persona?
- ¿Es normal que me haga todas estas preguntas? ¿Por qué maternar implica una relación de sacrificio con algo, perdida de algo, o un disfrute condicionado?
- ¿He notado que todas mis preguntas no son sobre ser mamá sino sobre las condiciones del contexto, el sistema y la red?, ¿los hombres se hacen estas preguntas?
- ¿Esta es la única forma de maternar?, ¿podríamos construir un mundo donde la maternidad se disfrute y aporte a la esperanza de un mundo mejor?
En realidad, ¿quiero ser mamá?
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/