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En la Calle del Carmen 22, a pocos metros de la Gran Vía de Madrid, queda un local sencillo que tiene un cartel envejecido que dice: Doña Manolita. Allí se hacen filas de tres y cuatro cuadras. Casi todos son españoles entre los 50 y los 80 años, que asisten a comprar la Lotería de Navidad, que, por años, y gracias a una promesa que la doña hizo a la Virgen del Pilar, ha caído en su local ganando el premio gordo. Es la razón por la que españoles y viajeros creyentes de todo el mundo hacen fila horas y horas poniendo en manos de Doña Manolita su suerte. Es toda una institución y patrimonio de la cultura urbana de esta ciudad.
Aunque la estadística dice que al local le ha ido bien, el hecho de viajar desde cualquier distancia -la que sea- a comprar un billete de suerte y hasta aguantar hambre en ocasiones para tenerlo, me parece una locura.
Hay gente desdichada –no hay duda- que necesita un poco de magia divina para salir de donde están pues allí, ciertamente, no están muy satisfechos
Curiosa, además, es la edad de quienes hacen la fila, pues no son los declarados jóvenes insatisfechos esta vez los que suplican por un pedazo de buena suerte. No, la fila se revienta de adultos mayores ¿Para qué quieren un millón de euros los adultos mayores? Creería uno que, aunque les queda poco tiempo, quieren apostarle a la buena suerte hasta el final de sus días. Es posible también que quisieran dejar una fortuna a sus nietos. En cualquier caso, me desconcierta que la insatisfacción no desaparezca con la edad.
La vida de algunas personas termina estando en manos del Olimpo o de lo que “mi diosito” quiera porque “algo bueno siempre viene”. Y sí, yo creo que algo bueno viene siempre, pero no por suerte.
No creo que haya nadie con buena o mala suerte. Estoy segura que el Mal de Ojo no se pega y que no es posible que una maleficencia provoque el más mínimo rasguño. Lo que sí creo es que somos consecuencia de cómo vivimos a diario. Atraemos lo que el YO necesita a cada instante y nos despojados de lo que ya no deseamos. Recibimos exactamente lo que damos. Creo que las buenas personas, que piensan bonito y actúan bonito, tienen una bella vida -que no es una fantasía ni un cuento de hadas-. También creo que cuando las miradas son dulces, la vida es dulce. Y que eso no es suerte, porque se requiere coraje y TEMPLE para ponerle buenos ojos a la vida.
Yo quiero creer que somos dueños de nosotros mismos. Confío en que hacernos cargo de nuestra suerte es la única salida, y que la mirada de insatisfacción es eso: una mirada que, como siempre, puede ser cambiada. Creo que, si no carecemos de cosas esenciales para existir, lo tenemos todo para disfrutar cada día. Quiero creer que para ser feliz no hacen falta Doñas Manolitas, ni vírgenes, ni amuletos.
Me inclino más a pensar que la lotería es de quien se hace cargo de sí mismo, porque tenerse es la mejor de las suertes y porque sacamos el billete ganador cuando nacimos. En especial hablo de quienes seguro leen esto y que poco o nada les falta en esta vida. No me refiero en absoluto a quienes no pueden ni comprar la lotería y que les importa tres pepinos quien es la tal Manolita, porque día a día luchan con coraje por su comida y la de sus familias. Ellos sí que se hacen cargo de sus vidas y más que mala suerte, viven en medio de una gente “con suerte” a quienes en absoluto les ha importado sus hambres y sus mínimas necesidades.
Pero para no entrar ahí, regreso a lo de hacernos cargo de nosotros mismos. Para eso, me parece el mejor punto de partida agradecer lo que nos ha sido dado. Y qué mejor manera de agradecer que cometer día a día el gesto desinteresado de la solidaridad, para que a todos les sea dado algo. Vivir el presente como el mejor regalo, mirar con tranquilidad y confianza el futuro y trabajar por él instante a instante. Movilizarnos con libertad y conocer y apreciar a más personas para confirmar que todos estamos en el camino tratando de interpretar, de la mejor manera, por qué estamos aquí, y resolviendo cómo podemos estar cada vez mejor.
Me encantan las creencias y las historias que hay detrás de ellas, son pintorescas; pero la mala costumbre de entregarle el destino a otros, a dios, a la lotería de navidad, a Zeus o a la Pacha Mama, nos ha vuelto “pacientes” de la vida, esperando siempre que salga el que nos va a salvar. Estos cuentos han logrado que muchos no se miren al espejo para ver que tienen todo para crear la vida más hermosa posible y que su amuleto está de regreso en el reflejo. Y que los días que no lo puedan ver, siempre es bueno pedir ayuda, para que otros limpien el espejo. Porque pedir una mano, también es hacernos cargo.
Hay que creer, pero no en Manolitas, sino en uno mismo, en su red de apoyo, en su familia, en su talento, en su capacidad para levantarse de las malas y de celebrar las buenas, en que la vida es cíclica y en que está bien a veces estar mal; pero que no nos hace falta nada para ponernos de pie nuevamente, las veces que sea necesario.
Así que gracias Doña Manolita, pero esa fila no la pienso hacer. Mi bienestar no está echado a la suerte.