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Hace dos décadas, el mundo empresarial y el sector público decidieron nombrar Diversidad, Equidad e Inclusión a las acciones que buscaban promover el cierre de brechas en sus territorios, comunidades y grupos de interés. Fue una manera de reconocer la desigualdad generada en este sistema y actuar sobre las brechas sin nombrarlo justicia social o garantía de los derechos humanos (una agenda que lleva siglos y es la manifestación de múltiples movimientos sociales).
Dicha sigla se fue consolidando en los últimos años, convirtiéndose en una de las agendas más relevantes en el mundo. Como resultado, el World Economic Forum destaca en sus tendencias anuales un informe dedicado exclusivamente a ello. Todas las certificaciones en sostenibilidad contienen un capítulo destinado a estos temas. También es un componente clave para solicitudes de préstamos o financiaciones por grandes corporaciones como la IFC. Sin duda, se convirtió en políticas gubernamentales y empresariales para promover la DEI en sus entidades, agendas públicas y culturas organizacionales, reconociendo el impacto que tienen en la retención del talento, la cultura libre de discriminación y la innovación.
Sin embargo, con las nuevas decisiones de la administración de Estados Unidos, encabezada por Trump, estas agendas se están dando por finalizadas. Dicho gobierno decidió liquidar las áreas de DEI en el sector público porque las identifica como «programas de discriminación ilegal e inmoral». Centrado en la visión capacitista, decidió frenar todas las políticas de acciones afirmativas, los empujones que permitían tener miradas diferenciadas que develaban que no todas las personas tienen las mismas condiciones, para regresar a la visión de que sea “el mérito y la capacidad” lo que promueva las decisiones.
Esta decisión tiene a muchas personas y entidades felices, pues con ello se eliminan muchos procesos que pueden ser complejos en su accionar cotidiano. Algunas empresas como Google también acabaron con sus estrategias DEI. Otras entidades están confundidas y decidieron, si bien no eliminarlas, no difundirlas en sus planes de sostenibilidad ni declararlas, optando por el silencio como medida en este movimiento convulso. Otras, como Apple, decidieron mantenerlas, reconociendo que han aportado a la estrategia de su negocio.
Sin embargo, yo que me dedico a estos temas, pues lidero un área DEI en una organización de Antioquia, me he preguntado mucho por qué nos está pasando esto. Más allá de reconocer el proceso político e ideológico que sucede en Estados Unidos, en Argentina y en otros países, que está llevando a estas decisiones, quisiera preguntarme: ¿Qué hicimos mal o qué no escuchamos en la mesa que nos tiene hoy en estos aprietos? ¿En qué momento nos dejamos reducir a ser un área, una serie de programas, políticas y manual de acciones afirmativas? ¿Por qué fue tan fácil acabar con estas áreas? Pues si fuéramos estrategia, finanzas, incluso Talento Humano, esto no ocurriría.
¿Será que jugamos en las trampas del reconocimiento?, nos dejamos nombrar área, es decir, un grupo pequeño que impulsa el tema por toda una organización y que busca permear mediante políticas, siglas, protocolos, procedimientos y programas una organización, pero no logró llegar al ADN o la estrategia. ¿Será que nos convertimos en personas que solo capacitan, regañan, proponen más preguntas al cuestionario, revisan las publicaciones e incluyen componentes en programas, pero no lograron atravesar los símbolos y prácticas culturales de las entidades?
¿Será que no supimos manejar la política de la cancelación? Pues aún no la terminamos de comprender y saber cómo actuar en ella. Aunque entender la cancelación es complejo, pues depende del lugar que se considere (cancelador o cancelado). Lo que vemos hoy es que cada uno se suma a la discusión con su propia definición, motivada por su visión del mundo y sus experiencias. Por lo mismo, la cancelación puede interpretarse de diversas maneras: como una forma de justicia que busca reivindicar derechos, como un ataque al pluralismo o como un fenómeno que silencia el pensamiento crítico.
También, ¿Será que sólo era “DEI Washing”?, como lo llaman en algunos lugares, haciendo referencia a la superficialidad en la conversación, pues dejó de transformar condiciones estructurales y generar redistribuciones efectivas, para reducirse a políticas de mercadeo, como participación en fechas conmemorativas, sacar alguna campaña, tener en la foto las cuotas de poblaciones históricamente excluidas, pero sin generar cambios significativos.
Claramente no estoy atribuyendo exclusivamente la responsabilidad a las áreas DEI, los movimientos sociales y las organizaciones por los derechos humanos, pues sabemos que estamos en tensión con posturas políticas distintas que tal vez jamás se moverían de orilla, sin embargo, a mí me gusta preguntarme para saber qué puedo hacer desde mis orillas y posibilidades de actuación. Esta es solo mi mirada por ahora, pues quisiera aprender de lo que está pasando para comprender mejor mi contexto, mi rol y las acciones que debo movilizar. Sabemos que los derechos están en disputa de manera permanente y acá está en juego la visión de mundo que queremos, el cual para mí es un mundo que sea justo, equitativo, donde la diversidad sea nuestra mayor riqueza y no un motivo de desigualdad.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/