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Mis padres me tuvieron cuando tenían la edad que estoy próxima a cumplir (más o menos). Nací un abril en el que ellos estaban en la mitad de su “treitañez” y ahora yo camino por ahí.

Me ha resultado curioso tener esta edad. Por primera vez me ha sido posible entender lo que podrían haber sentido mis padres. Puedo intuir sus pensamientos de entonces, puedo empatizar con aquello que temían, y me ilusionan cosas que seguro a ellos también les llenó de ilusión.

Tener la edad que los hizo padres ha humanizado mi percepción sobre ellos. Me es más fácil comprender cosas que antes no comprendía y, por otro lado, me ha generado muchas preguntas.

Yo siempre había pensado que éramos muy distintos. Es normal que la gente joven piense esto y que se sienta muy original. Pero ahora encuentro muchas coincidencias en lo que hace un tiempo era un abismo de distancia.

Ahora puedo reconocer en mí a una parte de ellos, lo que son y lo que no quisieron ser y que trataron de evitar en la educación que me dieron. Ambos, mi padre y mi madre, fueron seres salidos de la fila para su época. Un hombre y una mujer libre pensadores, auténticos, llenos de alegría y con mucha fuerza vital.

A mí me “criaron” distinto a muchos de los que entonces eran mis amigos. Sabía desde pequeña sobre sus errores, sus temores, sus logros y sus fracasos.  A diferencia de mis compañeritos, yo supe desde muy joven que el papá y la mamá son más que eso, que son un hombre y una mujer.

Se divorciaron antes de mi primera década y eso cambió nuestra vida para siempre; nos acercó más, nos hizo a todos frágiles y muy humanos. No viví una fantasía de familia, sino una realidad tal cual son las realidades: amargas cuando son amargas y dulces cuando auténticamente lo son. Ellos no nos ocultaron nada ni nos pintaron —a mis hermanos y a mi— una falsa idea de la vida. ¿Es eso bueno o malo? No lo sé, pero me hizo la mujer que soy hoy.

Y aunque hoy que tengo su edad, no estoy viviendo lo mismo que ellos, porque ni tengo hijos, ni estoy casada, ni tengo la casa que ellos tuvieron; podría decirse que sí tengo el mismo espíritu de mis padres.  La verdad es que ellos no me educaron para seguir sus pasos, sino su espíritu, que son dos cosas distintas.

Su alma libre definitivamente sí quedó tatuada en mi vida y es por eso que he hecho de mi existencia lo que he querido. Mis padres me formaron para vivir mi vida “a mi manera”.

No sé si fue deliberado o muy pensando, claramente no fue acordado entre ellos, pero mi papá y mi mamá han sido siempre tan ellos mismos que es lo que aprendí a hacer o lo que intento.

El “peligro” de educar en libertad es que es posible que no nos guste lo que elijan los educados en ese modelo. Pero mis papás asumieron ese riesgo y no sé si los he decepcionado o no, porque eso no es un tema entre nosotros. Nos preguntamos más bien sobre si somos o no felices con las decisiones que vamos tomando.

Ahora que tengo la edad en la que me tuvieron, se me hace más fácil agradecerles por no renunciar a ellos mismos, ni siquiera por nosotros. Puedo mirarlos con amor y transparencia porque ellos saben a quién miran y yo sé quiénes son. Porque no hemos sido la familia tradicional, pero sí una honesta con lo único que cada uno se tiene que comprometer: su propia felicidad.

Me siento libre y acompañada en mis decisiones. No he visto en sus ojos juicio sobre mis pasos. Sé que no debe haber sido fácil verme tomar caminos complejos y poco tradicionales, pero percibo en sus palabras absoluta comprensión. Al fin y al cabo, ellos también se salieron de las filas, no siguieron el guion.

Ahora que se acerca ese día en que nos conocimos por primera vez, quiero celebrarlos a ellos porque hoy vivo la vida que quiero gracias a unos padres que rompieron las filas. Así que el homenaje a ellos será siempre hacerlo así, inventando y creando a cada paso una existencia lo más autentica posible. Creando mi propio guion, con mis propios errores, con mis propios aciertos; una vida tan mía que solo pueda llevar mi nombre.

Así podemos vivir todos con una vida tan única que solo pueda ser contada una vez, que no sea la copia de otra ni la imitación de nadie. Estoy segura de que todos podemos romper las filas y conquistar nuestra libertad. Al final somos los únicos responsables de hacer de este rato el más hermoso del mundo.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/

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