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Yo lo entiendo. El discurso que incluye la reivindicación de los débiles, los olvidados, los marginados, los nadies, como los llama Francia Márquez, seduce y anima. Yo también creo en una política que permita superar las desigualdades y las injusticias, yo también me opongo a las políticas que benefician únicamente a las élites económicas, yo también me opongo al capitalismo salvaje que destruye el planeta, yo también he sido una minoría durante más de 16 años por oponerme al uribismo en Antioquia.
Es importante aclarar que prácticamente cada crítica que se haga en contra de una campaña, aplica en la misma forma para la otra, lo que pasa es que veo generalizada la idea de pasar por encima de la evidencia para justificar el voto por Petro basados en lo que habla y no en lo que ha hecho. Como si lo que habla no sea lo suficientemente preocupante.
Gustavo Petro ha demostrado que está dispuesto a hacer y decir cualquier cosa con tal de ganar. Materializa, como pocos, la idea de que el fin justifica los medios. Fue capaz de aliarse con reconocidos clientelistas para mentir y engañar con el fin de quemar a Fajardo, fue capaz de sumar, sin sonrojarse, clanes políticos que incluyen condenados por parapolítica, fue capaz de recibir el apoyo del presidente del proceso 8000 y de defender el saqueo brutal de Medellín por parte de su aliado Daniel Quintero (ya esto es lo suficientemente grave). Entiendo que solo queramos ver los apoyos de Mockus y Alejandro Gaviria, pero hay que sumar entonces a Samper, Quintero, Alex Flórez, Zuleta, Zulema Jattin, Bedoya, el pastor Saade y un oscuro etcétera.
Tener esa falta de filtros éticos, morales y legales en la Casa de Nariño es un gran riesgo. La forma en la que se ha acusado a Rodolfo Hernández de ser el responsable de la muerte de su hija secuestrada, la manera en la que se persigue con insultos y acusaciones falsas a los periodistas que lo cuestionan y el tono amenazante de sus seguidores hacen que uno se cuestione si estamos realmente ante un cambio profundo o si solo se trata de una nueva élite política igual de mezquina y tramposa que la anterior. ¿Cómo van a reaccionar a un debate de control político o a una protesta en contra del Gobierno? Igual que siempre, me temo.
Cuando gobernó a Bogotá, Petro mostró algo delicado en la administración pública: la improvisación. Lo mismo hemos visto en la campaña, al son que le toquen baila y recula. Más allá de una visión general de lo que debe ser la sociedad colombiana, al aterrizarlo en cosas concretas cae fácilmente en contradicciones. Propone un plan que no es viable desde el punto de vista fiscal, una reforma tributaria insuficiente para cubrir sus promesas y una visión del papel del Estado en la economía francamente preocupante y que hace que me cuestione seriamente las “ideas liberales” de Alejandro Gaviria. Un día propone un tren eléctrico elevado de Buenaventura a Barranquilla y al otro 5 metrocables en Medellín. Esa improvisación hace que hoy no sepamos, por ejemplo, si va o no a imprimir billetes, si va o no a usar el ahorro pensional para gastos corrientes del Estado, si va o no a promover leyes de perdón para corruptos condenados o si va o no a buscar una reforma constitucional para perpetuarse en el poder.
No creo que una mala persona pueda ser un buen gobernante, no es confiable, no representa ningún cambio y por el contrario es un gran riesgo para la estabilidad del país. En la próxima entrega de esta columna explicaré por qué me parece que su visión sobre el papel del Estado en la economía, ya fracasada en otras partes, es la cuota inicial para aumentar la corrupción y la pobreza en Colombia.