Rojo 40

Soy hipocondríaco. Lo digo sin vergüenza, como quien ya ha diagnosticado el fin de su existencia varias veces por semana gracias a Google. Todo empieza con un ardorcito en la garganta o una punzada en la sien, y termina en una sospecha de tumor validada por tres blogs, dos foros y un TikTok de una señora que jura que el jengibre lo cura todo.

Por suerte, suelo consultar una segunda opinión. En la mayoría de los casos, la medicina tradicional me tranquiliza: era una gripa. Pero mi neurosis es terca y necesita causas concretas, algo a lo que culpar, así fue como llegué a obsesionarme con el Rojo 40.

Todo comenzó con una conversación desprevenida. Una colega me contó que su hijo se había intoxicado comiendo una torta de Red Velvet. Pensé en el exceso de azúcar o en una posible alergia al cacao. Pero no, ella con tono de preocupación me dijo: “fue por el Rojo 40”. Y como buen paranoico digital, corrí a buscarlo.

El Rojo 40 suena a nombre de misil o canción de reguetón, pero es un colorante artificial derivado del petróleo. Sí, el mismo que se usa para mover los carros. Lo encontramos alegremente decorando nuestros cereales, gelatinas, helados, gaseosas, gomitas, jabones, labiales y hasta los medicamentos. No aporta sabor ni nutrientes, pero aparece en casi todo.

La Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos, por sus siglas: FDA –la misma que en los años 50 aprobaba cigarrillos como remedio para la tos– declara que es segura su ingesta en las cantidades actuales. Sin embargo, varios estudios han relacionado este color con problemas de comportamiento, alergias e hiperactividad en niños. Es decir, tal vez los niños no necesitan más medicinas en la escuela; lo que necesitan es que sus cuidadores sepan qué están comiendo.

Alarmado me convertí en un rastreador de las etiquetas en los productos que compro. Empecé a leer los ingredientes como si fueran la letra pequeña de un contrato de hipoteca. Advertía a mis amigos sobre los peligros de los ultra procesados y ellos siguieron comiéndose sus gomitas, riéndose de mi “espíritu saludable”. Hasta que descubrí que el “yogur natural” y los productos fitness que desayunaba poco tenían de saludables, su etiqueta era un perfecto disfraz semántico que escondía, no solo Rojo 40, también Amarillo 5 (tartrazina), Azul 1 y Verde 3, dejando claro que lo único natural era mi desinformación.

Es importante aclarar que, en Colombia, el INVIMA regula estos aditivos mediante la resolución 2674 de 2013, que fija límites máximos según la categoría de alimento: por ejemplo, 60 mg/kg en lácteos fermentados y 200 mg/kg en confitería. Este marco se complementa con el Decreto 3075 de 1997 (Código Sanitario Nacional) y la Ley 1122 de 2007, orientadas a fortalecer la vigilancia de alimentos y medicamentos. Sin embargo, ¿a cuántos de nosotros se nos educó sobre este asunto?, ¿qué tan libre somos para elegir los alimentos que comemos? y ¿cuál es la responsabilidad de las industrias frente al aumento de las enfermedades crónicas? Sé que todo esto suena exagerado, pero como no serlo, si justo cuando creía que había superado mi hipocondría causada por la torta de Red Velvet, me entero de que el salmón le debe su tono elegante al Rosado 33. ¡A buena hora me entero de esto! supongo que este año invitaré a mi esposa a celebrar nuestro aniversario con lentejas, a menos que estas estén cultivadas con pesticidas… buscaré en Google y les cuento.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-carlos-ramirez/

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