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El 2 de enero de 2020, me arreglé y salí de mi casa en una tarde soleada de enero. Bajé al metro y asistí a la ceremonia de posesión del Concejo de Medellín. Me ubiqué en las gradas y desde arriba pude ver a los nuevos concejales, sus familias y equipos de trabajo saludando y luciendo sus atuendos relucientes. A la izquierda del recinto, se encontraban los nuevos secretarios de despacho, radiantes de felicidad por su nuevo cargo. El lugar estaba repleto de cámaras, fotógrafos y periodistas de medios locales, y el ruido conversacional del poder local era creciente.
Todos esperaban ansiosos algo para dar inicio al evento, sus rostros y miradas hacia el reloj lo demostraban. Hasta que finalmente, llegó el momento. Por la puerta lateral apareció el recién posesionado alcalde de Medellín, Daniel Quintero. En ese momento, todos los presentes se pusieron de pie y lo aplaudieron durante unos cinco minutos. Quintero Calle, con su falsa sonrisa y carisma performático, estiraba las manos para agradecer el gesto de los presentes.
En ese momento, no pude evitar pensar en una escena de Star Wars, cuando el canciller Palpatine -ya convertido en ese momento como Darth Sidious- pronunciaba un discurso en el senado galáctico, anunciando la creación de un imperio con orden y seguridad para protegernos de los malvados y traidores jedis. Ante tal noticia, todo el senadose puso de pie para vitorear al canciller. Así como la senadora Padmé, le dije a la persona que estaba a mi lado: “Y así muere la democracia y la libertad, con un fuerte aplauso”.
Nadie en ese lugar, en el recinto del Concejo, sabía lo que vendría.
Esta escena, tanto la de ficción como la real que pude vivir, me hizo pensar en una idea que vengo sosteniendo en muchos espacios desde hace un tiempo: la figura del alcalde de Medellín, en el fondo, es la de un pequeño monarca.
Nuestro diseño institucional, que otorga prevalencia al ejecutivo, le da poderes tremendos sobre casi 77 billones de pesos en activos, que es lo que representa el Conglomerado Público del municipio de Medellín. A su vez, le da control dominante sobre la empresa de servicios públicos más importante del país, y con sus recursos de inversión, puestos y pauta, tiene la capacidad de cooptar al Concejo, al sector social y cultural, a la academia y a los medios de comunicación.
Pero tal vez uno de los rasgos más evidentes que ejemplifica a este pequeño monarca, es la ausencia de debate o conversación pública por parte de quien despacha desde el piso 12 de la Alpujarra, sea quien sea.
¿Cuándo fue la última vez que recuerdan que un alcalde de Medellín se sentara de manera directa a hablar con sus opositores o contradictores? ¿Cuándo fue la última vez que su presencia en el Concejo fue más que para dar un discurso, escuchar al vocero de la oposición e irse? ¿Cuándo fue la última vez que, ante un pedido o manifestación de algún grupo de ciudadanos, el alcalde haya bajado de su castillo de mármol, escuchado y debatido? Yo ni siquiera lo recuerdo.
Llevamos años acumulando dolores, visiones e ideas que no encuentran espacios en la discusión pública. El Concejo hace rato dejó de ser el seno de nuestra democracia, el foro público por excelencia; la academia está tremendamente desconectada de los principales temas de la ciudad; el sector social está intentando sobrevivir o calla ante las injusticias por miedo a perder la contratación pública; y los medios de comunicación locales carecen de espacios diversos para hablar de lo que ocurre en nuestra bella villa.
Sin conversación, sin debate público, no hay democracia, es así de simple. Pues no es suficiente con las instituciones, el voto y la alternancia de poder, si los ciudadanos y los contrapoderes no tenemos lugares públicos para tramitar nuestras ideas más profundas, preferimos seguir atrincherados en nuestros nichos y tener una conversación de púlpito digital, donde lo que importan son los likes y los retweets a los gritos que estamos dando.
Y entre grito y grito, entre tweet y tweet nuestros corazones se hacen más lejanos, y la idea de grandes propósitos acordados de sociedad se va diluyendo.
Necesitamos construir nuevos y mejores espacios de conversación pública. Ya no es suficiente con el típico panel aburrido estilo “Arriba mi barrio” que nos encargamos de repetir y repetir en todos los escenarios académicos, sociales y políticos. Y ante el escenario electoral que se nos viene, ya no es suficiente con las decenas de foros que serán convocados para que todos los candidatos y candidatas caigan en lugares comunes, repitan frases construidas por sus equipos y firmen pactos que no recordarán ni cumplirán. Hay que hacer nuevas las cosas.
Bajo este propósito, desde No Apto y en alianza con el Teatro Pablo Tobón Uribe, el Derecho a No Obedecer, el semillero de investigación de gestión y políticas públicas territoriales de la Universidad Nacional y el Colombiano, queremos invitarles a nuestra primera conversación pública este miércoles 12 de abril a las 6:30 pm, con un nuevo formato que quiere sacar a los candidatos y candidatas de su exigente formalidad.
¿Qué piensan sobre el aborto, el feminismo y las disidencias sexuales? ¿A qué valores renunciarían para alcanzar el poder? ¿Cómo sería su negociación política con el Concejo en caso de ganar la Alcaldía? Son algunas de las preguntas que abordaremos, acompañados por la pola, el café, la soda, la creatividad, el azar y la estrategia.
Cada quince días nos veremos en la plazoleta de las artes con tres nuevos invitados que representen diferentes miradas del espectro político y de la sociedad. En estas conversaciones públicas, queremos expresar con palabras lo que sentimos y pensamos en lo más profundo de nosotros. Después de debatir y discutir, queremos quedarnos a disfrutar de la música y la buena conversación para acercar un poco más nuestra humanidad. Recuperemos el debate y la conversación pública, de manera presencial, tranquila y parchada, y que no sea solo en el contexto de las elecciones. Hay muchas cosas que debemos seguir discutiendo de manera pública para reconstruir la institucionalidad que se nos debilitó y no dejarnos seducir nunca más por nuevos monarcas digitales que solo saben escuchar la dulzura de su propia voz. La democracia es más que eso.
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