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Democracia es la palabra más recurrente en política. Un comodín y hasta una muletilla. Con mayor o menor consciencia y más o menos elaborada, todos tenemos una concepción de democracia, que, como la ideología, solemos utilizarla para justificar nuestros actos y descalificar los de los demás. Eso sí, casi todos nos consideramos demócratas.
Más aún, por lo menos hasta el domingo nos ufanábamos de tener “la democracia más estable de Latinoamérica”, al tiempo que nos avergonzábamos de casi todos nuestros presidentes. ¡Semejante contradicción!
Con la elección de Gustavo Petro como primer presidente de izquierda en Colombia nuestro talante democrático se pondrá a prueba, como muy pocas veces en la historia republicana del país.
El primero que tendrá que dar cuenta de ello y dar ejemplo es Petro, por dos razones obvias: será el presidente, por una parte, y, por la otra, a lo largo de su historia política ha sido un férreo crítico de la democracia colombiana y de los gobiernos de turno, con razón en no pocas veces Su principal reto, para mí, es entregar un país más democrático que el que recibe, con una polarización a la baja, como principal indicador.
Tendrá, entre otros desafíos, que anteponer el estado al gobierno, respetando las demás instituciones y poderes, y el gobierno al presidente, luchando contra su ego y su tentación mesiánica. Asumir, empezando por el discurso, que ya no es candidato ni opositor, sino presidente, y para todos los colombianos, no solo para los que votaron por él.
Atenuar los ímpetus de muchos de sus escuderos y seguidores; respetar la oposición férrea y radical que tendrá, como lo ha sido la izquierda en otros momentos de la historia. Deberá garantizar la libertad de expresión e información, por más incómoda que le parezca, porque es lo mínimo que se le puede pedir a quien se considere demócrata. No tratar a sus detractores como enemigos, así ellos lo traten como tal. Y, salvo que se demuestre el crimen, nunca, pero nunca, criminalizar a la oposición, como lo hizo un presidente anterior.
La izquierda y los petristas deberán estar a la altura de estos retos y ser los primeros garantes de que él los cumpla, so pena de perder autoridad moral, azuzar la polarización, provocar al paramilitarismo de arraigo y cerrarle puertas a la propia izquierda democrática; en suma, atentar contra la democracia.
La derecha, la oposición y los antipetristas tendrán que hacer lo propio. Entiendo que tengan prejuicios, prevenciones y desconfianzas. Algunas bien ganadas por Petro y sus secuaces, pero otras infundadas, guiadas por el dogmatismo unas y muchas por falta de autocrítica. Más de 11 millones de votos no salen de la nada. Entre verdades y fantasmas, es irrefutable que hubo un grito que clamaba por un cambio en el establecimiento, como lo dictaminó la primera vuelta presidencial.
Si usted es de derecha y antipetrista, pero se considera demócrata, es la oportunidad de demostrarlo. Entienda que un gobierno es mucho más que un presidente, su equipo y su programa; es también su oposición y su gobernabilidad. Y de estas dos últimas variables usted es o puede ser corresponsable. Asúmalo, democráticamente.
Lo mínimo que debe hacer es no hacer nada para que a Petro y a su gobierno les vaya mal con tal de usted tener la razón. Eso es ruin y perverso. Puede ser crítico, aun acérrimo, del presidente, pero no se desgaste acabando con el guerrillero y el candidato que Petro ya no es. Concédale a los demás el beneficio de la duda y la posibilidad de cambio que exige para usted. Combata los dogmatismos, empezando por los propios, y critique y opóngase a los hechos, no se deje llevar por sus prejuicios sobre el gobierno y el gobernante.
Argumente sus opiniones, pero no sus gustos, deseos e intereses, que se pueden expresar, pero no son objeto de argumentación. No hable de política solo con los que piensan como usted, ni deje que la crítica se le vuelva un sistema cerrado; eso lo enferma. Discuta con altura y respeto; no gradúe a sus contradictores de enemigos suyos; y jamás, salvo hechos comprobados, los criminalice. Tampoco los estigmatice ni satanice.
Recuerde que usted puede que no hagan parte del establecimiento, pero es parte del sistema, en este caso de uno llamado Colombia. Evalúe los hechos y las acciones del gobierno y del presidente en función del bien común, como debe ser, y no solo ni principalmente de sus intereses y los de los suyos; no sea egoísta.
Sé que es más fácil decir y pedirle esto a ambas partes que hacerlo, porque hay muchas heridas sangrando, pero no hay otra manera de cicatrizarlas. El diálogo y el respeto es indispensable para bajarle a la polarización y poder centrarnos en lo que no une más que en lo que nos divide. Ahora, si no podemos tender puentes ni derribar muros, por lo menos no levantemos más; ya hay demasiados.
Tal vez esté pensando con el deseo y el optimismo de la voluntad, pero siento que los ánimos están menos caldeados de lo esperado y que las declaraciones de muchas figuras y entidades representativas de ambas partes han sido más ponderadas de lo previsto esta semana.
No soy tan ingenuo para creer que la mayoría lo está haciendo por convicción. Advierto algo de consciencia de que no podemos tensar más la cuerda y hasta cierto hastío de la polarización. Sea convencidos o por pragmatismo, empezar por concedernos el beneficio de la duda no es poco para todo lo mal que nos hemos tratado.