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Las prioridades, sin duda, cambian con el tiempo. Generalmente es la edad, la llegada de un hijo, la enfermedad o la guerra los eventos que detonan cambios profundos en las personas, que ayudan a reorganizar la vida y le dan un nuevo orden a lo que creíamos importante.
Lo realmente significativo y que genera valor sale a la luz cuando tenemos en frente la vida o la muerte, dos caras de la misma moneda. Lo curioso es que no es un orden que llame demasiado la atención. Se baraja el uso del tiempo de forma casi intuitiva, se eliminan ocupaciones sin mayor esfuerzo, se depuran amistades fácilmente, se ahorran preocupaciones que se tornan insignificantes, se reorganiza el presupuesto sin dolores ni elecciones difíciles y, el tiempo, el tiempo toma una nueva dimensión, no hay lugar al mal uso o al desperdicio.
Cuando queda poco tiempo o cuando la vida se impone, pocos dudan sobre qué deben hacer, es casi una pulsión incontrolable definir dónde poner la energía y la atención.
Las preguntas que nos deberíamos hacer entonces son: ¿por qué no sabemos qué hacer la mayor parte del tiempo? ¿Qué pasa con nuestra capacidad de priorizar cuando no estamos ante el límite de la vida y la muerte? ¿A dónde va la innata intuición que tenemos de poner en orden las prioridades? ¿Qué es eso que nos mantiene tan desconcentrados?
Es probable que me equivoque, pero intuyo que nos perdemos en la idea de creernos eternos y el centro del universo, en la falsa creencia de que a veces no estamos en el borde del acantilado de la muerte.
Vivir es la condición más letal que tenemos como humanos y, aunque parece un cliché, nos tomamos poco en serio lo único que no necesita pruebas, que estamos siempre a un segundo de morir y a muy poco de crear vida.
Nuestro ego, que es una trampa, nos hace creer que tenemos tiempo. Pospone lo importante, delega lo vital, reagenda a las personas significativas, desperdicia palabras en asuntos inútiles, elimina la diversión y nos mantiene “ocupados. Quien no tiene tiempo, no tiene nada.
Cuando una enfermedad llega, por ejemplo, las agendas se hacen pedazos; nos acerca la familia, a los amigos del alma, nos obliga a tener tiempo para el cuidado, para dormir.
Cuando un hijo llega pasa lo mismo, se crea naturalmente un embudo de prioridades: dejamos de necesitar tanto para nosotros y encontramos que hay asuntos más importantes en donde poner el tiempo, los recursos y la energía.
Y si lo extrapolamos a asuntos globales y ya no solo personales, pasa lo mismo: estamos ante cambios y retos drásticos para la humanidad. Todos los días nos encontramos ante un abismo donde mueren niños de hambre por egos de gobernantes y codicia de las personas; donde a diario alguien pierde su hogar; alguien sufre por falta de agua. Todos los días hay personas pensando en quitarse la vida y quitándosela, todos los días hay madres buscando a sus hijos desaparecidos o llorando su muerte violenta, todos los días, aunque no sea usted, alguien está en medio de la vida o la muerte.
Pero seguimos creyendo que hay tiempo para hablar sobre los poderes de los líderes o el “outfit” que usaron para encontrarse con un rey, creemos que hay tiempo para falsos dilemas políticos, que hay tiempo para ponernos filtros en las redes sociales o hablar mezquinamente sobre la vida privada del vecino. Seguimos pensando que lo importante es lo insignificante.
Nos falta empatía, sentido de realidad, capacidad de priorizar. Supongo que es por la incapacidad de sentir en nuestra propia piel lo que viven otros, pero que nos incumbe a todos. Supongo que algunos creen que los protege el privilegio, que son inmunes a las catástrofes climáticas, las migraciones, las quiebras económicas, el desempleo, la enfermedad o la violencia.
Está claro que perdemos el tiempo, que solo los asuntos personales reorganizan las prioridades ¿Qué tal entonces si nos tomáramos personal lo que le pasa a toda la humanidad? ¿Dejaríamos de postear y nos pondríamos a crear? ¿Empezaríamos a faltar a espacios donde solo estamos pulsando el poder? ¿Dejaríamos a un lado nuestro ego y empezaríamos a servir más y mejor? ¿Dejaríamos de hablar en paneles y estaríamos allí donde nos necesitan las personas?
¿Qué más necesitamos que pase para que lo más importante sea que lo más importante?
Otros escritos de este autora: https://noapto.co/juana-botero/