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Martín Posada

¿Qué cargan las volquetas?

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Una montaña que de repente deja de serlo. Unas madres que no ven una montaña. Ven una esperanza. Alejandro, a lo lejos, nota un hueco amarillento en el verde paisaje. Ese era, para él, el daño al medio ambiente del que le hablaban en sus clases de sociales. Una ciudad que ve crecimiento, progreso. Volquetas siguen entrando. Se acercan a la montaña (o a lo que queda de ella), descargan y cargan. Las madres ven las volquetas. En cada una encuentran un pedazo de esperanza. La esperanza sale de la montaña y atraviesa toda la ciudad. Se va a los altos edificios que alumbran a lo lejos. La ciudad ve las volquetas, entiende que algo construirán.

Alejandro tiene 16 años. Vive en esos edificios altos de El Poblado. Creció viendo cómo los “potreros” dentro de su ciudad se llenaban de volquetas y, de repente, de edificios. Él entendió que éramos capaces de transformar paisajes enteros para sacar vallas publicitarias que decían: Apartamentos entre 60 y 150 mts2 ¡Vive con la naturaleza! ¡Todo en un solo lugar! ¡El lugar feliz para tu familia! Últimos apartamentos disponibles. Se sorprendía viendo cómo una montaña pasaba a la historia y se convertía en algún centro comercial o en varias torres que vendían la tranquilidad en salas de ventas. En el fondo, se alegraba. Pensaba que una gran ciudad no podía tener potreros en su interior, debía llenarse de edificios.

Al otro lado de la ciudad, Alejandro veía una montaña partida a la mitad. Algún día, molesto por lo feo que se veía ese hueco, le preguntó a su papá que por qué hacían eso. “De allá sacan material para construcción”, le contestó. Construir no solo implicaba transformar el lugar per se dónde se ubicaría el proyecto, también implicaba la transformación de lugares lejanos. Lugares distantes a la realidad de Alejandro, no solo físicamente.

Al otro lado de la ciudad, la montaña partida a la mitad es una esperanza para Natalia. El 30 de enero de 2003, su esposo fue desaparecido. El Flaco, su amor, según le contaron los rumores, fue abordado por dos hombres que lo mataron y lo enterraron en la montaña. Teresa, madre de Hermey, recuerda sus ojos verdes que, a ratos, se le ponían azules. Su hijo, “mi tesoro”, fue desaparecido el 18 de diciembre de 2002. Un testimonio de uno de esos hombres le dijo que su hijo fue asesinado y su cuerpo arrojado a la montaña. La montaña no era entonces un lugar para sacar material de construcción.

Madres y esposas como Natalia y Teresa siguen buscando. De repente, dejaron de hablar con sus amores. No saben dónde están, no saben qué les pasó. La muerte es una posibilidad, pero no es la única. ¿Por qué pensar que murieron si hay posibilidades de que vivan? Cómo concluir lo peor si un día como cualquier otro salieron de su casa, esperando volver. La puerta sigue abierta, ¿por qué cerrarla sin saber? La montaña se convierte en esperanza.

Las piedras y escombros son un problema. Las mujeres buscan, pero no es posible levantar piedras. Necesitan ayuda. La ayuda de los guardianes de la justicia nunca llega. Mientras eso, desde el otro lado la ciudad, las volquetas entran a la montaña. Remueven las piedras, la tierra, la esperanza. La cargan, se la llevan donde “corresponde”. Cada volqueta se lleva una posibilidad. Una posibilidad que, 20 años después, sigue latente en las mujeres. Ellas siguen buscando. Todas las noches se preguntan ¿dónde están? Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, otros se preguntan ¿pero mejor esa unidad con piscina o la que queda cerquita al colegio de los niños?

Las volquetas llegaban a cualquiera de esas dos unidades. Cargadas de sueños. Llenas de esperanzas. Esperanzas que, nuevamente serían utilizadas para llenar huecos. Esta vez serían huecos para construir sobre ellos. Antes eran huecos para esconderlas. Al final, ¿no termina siendo lo mismo?

Las mujeres necesitan ayuda. Ayuda de una ciudad que prefirió destruir montañas para sacar materiales de construcción. Ayuda de una ciudad que, incluso, prefirió seguir extrayendo materiales de construcción de ese lugar cuando los rumores de que cientos de personas se encontraban allí se había expandido, en silencio, en el territorio. En Medellín construimos para vender sueños a las familias. Al hacerlo, destruimos las esperanzas de cientos de mujeres. La diferencia se ve en las volquetas. Para ti, ¿qué cargan?

Alejandro espera a su papá a las 7:00 p.m. Junto a su madre, deciden preparar una lasaña. Recibirían a su papá con su plato favorito, acompañada de porciones de pan. Serían dos pancitos con mantequilla y ajo para cada uno. Su apartamento tiene un balcón con una hermosa vista a la ciudad. Alejandro logra ver cómo las pequeñas luces llenan las montañas y parecen bailar en un ritmo desconocido. Su padre se estaba demorando más de la cuenta. Había escuchado que en su ciudad mataban a mucha gente. Aprovechó la vista para pensar. ¿Será que mataron a mi papá?

Pasaba el tiempo. Se hacía todavía más tarde. Se empezó a angustiar. Le dijo a su mamá que lo llamaran. No contestaba. Seguro se le acabó la pila, “ya debe estar llegando”, pensaba para evitar que lo consumiera el miedo. ¿Qué pasaría si su papá no llegaba? Seguro al otro día no iría al colegio. Si algo le pasara a su padre, sin duda lloraría y gritaría durante toda su vida. Seguía mirando las pequeñas luces de las montañas.

Media hora después, Alejandro escuchó la puerta. Su padre había llegado. Lo abrazó como nunca. “Me quedé sin batería y había un taco el berraco”, les dijo. Felices, comieron la lasaña que ya estaba servida.

Al otro lado de la ciudad, la cena lleva más de 20 años servida. Las respuestas se han ido disipando a punta de volquetas y pocas respuestas del Estado. Sin embargo, el pasado 10 de noviembre, la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, en cumplimiento de la orden dictaba por la JEP, comenzó la búsqueda en La Escombrera, Comuna 13. Hay entonces, aunque difícil, un destello de esperanza. Es triste, pero a la vez esperanzador, que en apenas cinco años de trabajo, en silencio, la JEP llegue a llenar vacíos del mismo Estado y, en últimas, de la sociedad antioqueña.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/martin-posada/

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