¡Qué cara nos sale esa gente!

Todo suena mal en esa declaración, desde el inicio. «Más de la mitad de los habitantes de calle que hay en Medellín son de otras ciudades, de otras regiones. ¡Ya no más! Aquí no podemos seguir soportando eso», clamó el alcalde Federico Gutiérrez ante cámaras y micrófonos.

Ellos, los otros, esos son los malos. Eso es lo que dice. Hay discriminación, hay aporofobia en el relato que construye. ¿A qué se refiere cuando dice que no podemos seguir soportando eso? ¿Qué quiere decir con ese “ya no más”? ¿Que va a cerrar las fronteras de Medellín? ¿Que va a expulsar gente de la ciudad?

Pero no se detuvo ahí, hubo más. «Un habitante de calle le cuesta a la ciudad, cada mes, en su intervención, más que un niño que atendemos en Buen Comienzo». Ah, pero miren qué cara nos sale esa gente, denunció el alcalde. Y su comparación es tramposa, maniquea, como si los recursos para atender ambas responsabilidades fuera una competencia entre ellos.

«Un habitante de calle, en su condición de problemas de salud mental y de adicción, le cuesta mensualmente a la ciudad y a la gente, 2.700.000. Mientras que un niño, en los jardines de Buen Comienzo, 870.000 pesos al mes. O el millón de pesos». Y, con todo el cinismo que los portadores de los micrófonos, las cámaras o las grabadoras no se animaron a contradecir, agregó: «Tenemos que entender también cuáles son las prioridades»

¡Las prioridades!

Nos lo contó El Armadillo a finales del año pasado: «Durante su primer semestre como alcalde de Medellín (en su segundo periodo), Federico Gutiérrez gastó, en promedio, unos $15 millones diarios en publicidad». Y agrega la nota que entre el 1 de enero y el 30 de junio de 2024, la alcaldía de Federico Gutiérrez firmó contratos de publicidad por valor de $2.723 millones.

Y se lamentó Federico: «Desafortunadamente, yo como alcalde, no puedo levantar a una persona que está en situación de calle y llevármelo para otro lado. ¡Increíble! La ley protege más a una persona que está en situación de calle que a otros ciudadanos». Quizá el mandatario desearía una solución sencilla: unos cuantos camiones que recojan gente y la lleven más allá de los límites de su administración, por ejemplo, donde el problema sea de otros.

Es como si a Federico Gutiérrez le molestara esa otra Medellín que creció poco a poco, a la vista de todos, pero que siempre ha estado ahí, desde los años del barrio que creció sobre un basurero hasta hoy con los cambuches que crecen a lado y lado del río o a lo largo de las cuadras de lo que hoy llamamos el Bronx. Y las soluciones, administración tras administración, son todas muy parecidas: luchar contra los pobres, no contra la pobreza.

Se le oyó decir a Federico Gutiérrez referirse a los habitantes de calle como personas, como si hiciera falta la claridad. Pero igual los deshumaniza en su narrativa, los convierte en los enemigos. Ahí están, esos son.

Una de las anécdotas que escribió Alfredo Iriarte sobre Rafael Leónidas Trujillo —El Chivo, dictador de República Dominicana— es aquella en la que, al encontrarse con un viejo amigo, Trujillo lo saludo con un sorpresivo «¡Tú todavía vivo!», que su sistema de seguridad sobreentendió y ejecutó como una orden de asesinato.

Quizá por eso, luego, a alguien en Teleantioquia Noticias le pareció bien preguntar en un trino «¿Cree que se deben seguir destinando recursos para atender a esta población?». Lo borraron, claro, cuando fueron suficientes las respuestas que les hicieron notar la ruindad de su pregunta.

Puede que haya otros, en esta ciudad que hace años dejó de valorar la vida como un bien mayor, que encuentren en ese «¡Ya no más!» del alcalde, el soporte para alucinar —y ojalá no ejecutar— su idea de solución final.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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