Imagina que Colombia es como una casa donde los gastos no paran de subir: en 2018 el presupuesto era de 235,6 billones de pesos, y para 2025 ya vamos en 523 billones, ¡un salto del 122%! Pero el problema es que la plata no alcanza. Antes, los impuestos cubrían el 57% de esos gastos; en 2021, con la pandemia pegando duro, apenas llegaron al 40%. En 2024, las cosas empeoraron: hasta agosto, el recaudo tributario cayó un 10,9%, y solo en ese mes se desplomó un 29,2%, con menos ingresos por renta (-13,5%), IVA (-6,1%) y retenciones (-12,8%).
Ecopetrol, que era como el familiar que siempre aportaba un monto significativo, también está en problemas: en 2023 aportó 13 billones (11% del presupuesto), pero para 2025 se espera que baje un 31%, a unos 7,5 billones. Mientras tanto, el sector petrolero mundial, con empresas como ExxonMobil o Chevron, crece gracias a precios estables y más inversión. Aquí, en cambio, las restricciones a la exploración y la caída de reservas nos tienen en apuros.
La deuda pública ya es del 63% del PIB, no hay un plan claro para reducirla y agencias como S&P y Moody’s han bajado la calificación de riesgo del país. En medio de ese panorama, el gobierno de Gustavo Petro presentó un Presupuesto General de la Nación para 2026 de aproximadamente 556,9 billones de pesos, lo que representa un incremento de unos 31 billones frente a 2025, es decir, un aumento del 6,5%.
Cualquiera pensaría que, con menos recaudo y un déficit creciente, el gobierno debería ser austero. Pero ocurrió lo contrario, y buscando cubrir ese presupuesto, presentó una nueva reforma tributaria que deberá pasar por el Congreso.
Aquí, algunas de las propuestas que incluye la reforma:
Si ganas más de 7 millones de pesos al mes empezarás a tributar con una tarifa del 29%, y si superas los 128 millones mensuales, el excedente se gravará al 41%. Además, desaparece el beneficio de descontar 72 UVT por dependientes, lo que antes te permitía pagar menos si tenías hijos o personas a cargo. Las ganancias ocasionales —como un premio de lotería o la venta de un carro o una casa que hayas tenido menos de 4 años— también subirán de 20% a 30%.
El IVA del 19% se ampliará a productos y servicios que antes tenían tarifa reducida o estaban exentos: vehículos híbridos, licores, vapeadores, juegos de azar, software en la nube, hospedaje para extranjeros e incluso la cuota de administración en conjuntos residenciales. Para aterrizarlo: si hoy pagas $300.000 de administración, con el IVA tu factura se irá a $357.000.
El impuesto al patrimonio ahora aplicará a quienes tengan bienes netos por más de 2.000 millones de pesos —antes eran 3.600 millones—, con tarifas que van del 0,5% al 1,5% y que pueden llegar al 5% en patrimonios muy altos. Los dividendos para no residentes también se encarecen: la retención pasa del 20% al 30%. Y en el sector financiero y minero la sobretasa lleva la carga total al 50% de sus utilidades, algo que, según empresarios, podría traducirse en créditos más caros, mayores comisiones y menos préstamos.
A esto se suman otros impuestos puntuales: un 1% sobre las ventas de crudo y carbón, un tributo a los licores que mezcla un 30% más $1.000 por cada grado de alcohol, y un 15% para quienes decidan declarar activos que no reportaron antes.
Es evidente que la clase media y el sector productivo serán quienes terminen cargando con el mayor peso. Para las familias con ingresos entre 4 y 20 millones mensuales, el impacto se sentirá en el día a día: el IVA en productos como gaseosas, licores, vapeadores o incluso la cuota de administración de los conjuntos residenciales aumentará el costo de vida entre un 5% y un 10%, de acuerdo con estimaciones de expertos. Así, mientras el gobierno busca ingresos rápidos, la economía productiva pierde dinamismo y la clase media ve reducida su capacidad de consumo, lo que explica las críticas de Fedesarrollo, que señala que la reforma castiga a quienes ya aportan y no ofrece incentivos para el crecimiento.
Si bien el presidente prometió en campaña que acabar con la corrupción haría innecesarias las reformas tributarias y que solo los 4.000 más ricos pagarían más, hoy lo que se ve es derroche, clientelismo, corrupción y desconexión con el país y con los aportantes.
El próximo gobierno heredará un desafío gigante: ordenar las finanzas, ajustar el gasto y recuperar la confianza de un país cansado de promesas rotas.
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