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Pareciera que sólo somos en relación con lo que el otro define que somos. Hemos entregado nuestra esencia a la descripción y conceptualización ajena, no con la intención de volver al ser en el vínculo con la otredad, sino más en la lógica de la aceptación como miembro de la homogeneidad. Somos si los demás dicen que somos.

No soportamos la soledad, tan necesaria para la privacidad, porque no tenemos de qué agarrarnos; nuestras raíces las hemos puesto en poder de los demás: somos y pensamos lo que los demás quieren que seamos y pensemos. No soportamos la soledad porque no estamos con nosotros mismos; no sabemos quién es ese yo sin raíces, indefinido por la masa que teme la individualidad.

Estar solos implica desconexión con el entorno y conexión plena con lo que somos. Si nuestra esencia depende de lo que nos define desde fuera, estar solos nos aterroriza porque es una soledad vacía de sentido, en la que un sujeto sometido a la obligación de la publicidad, la publicación, la exposición constante, no se concibe libre, sino que se concibe solamente fuera de lo que sucede. No soy libre, simplemente estoy solo.

Tememos la privacidad, el estar fuera de la hipercomunicación, la hiperinformación y la explosión comunicativa, porque hemos entregado nuestras posibilidades de ser algo individual a la imposición de ser sólo por medio de la masa homogénea. La necesidad continua de aprobación pareciera ser la única vía en la que encontramos sentirnos parte de algo; por eso la privacidad se nos asemeja más al olvido de lo que somos a través de los demás que a la verdadera autenticidad.

La necesidad constante de autoproducción y autopublicidad nos inyecta de aprobación o desaprobación inmediata por parte de otros. Lo que decimos, lo que opinamos y las imágenes que hacemos de nosotros mismos son, exclusivamente, para que los demás nos digan si ser eso está bien o está mal. Vulnerando nuestra privacidad y, así, nuestra esencia, entregamos nuestra libertad individual a la lógica del mercado del me gusta; entre menos libre se es, más me gusta se obtienen.

La transparencia no es honestidad. Si hay algo que no sucede en la era digital psicopolítica es que el individuo sea honesto públicamente. la permanente búsqueda de aprobación ha hecho que la verdad pase a un segundo plano; de lo que se trata es de que lo que se dice guste, encante, sirva a la viralización informativa, así sea una mentira, una falacia o una verdad a medias. Se juzga a alguien como transparente porque dice todo lo que piensa así no sea realmente eso lo que de verdad piensa.

La obligación de la transparencia vulnera la privacidad porque siempre se debe decir algo, pensar algo, tener una opinión sobre algo. Todo debe estar a la vista para poder ser consumido; lo que no es transparente no existe para la era digital, lo que nos ha hecho creer que la única forma de ser libres es ser objetos de consumo.

Hemos dejado de comprender la privacidad como un momento de recogimiento y lo asociamos más a la pérdida de socialización, cuando la única forma de socializar se da entre la interacción de individualidades definidas que hagan que el diálogo entre diferentes pueda constituir un nosotros, y no bajo la lógica homogénea que todo lo iguala para que nada exista en su propia definición.

El recogimiento de la privacidad nos hace libres porque somos solo en relación con nosotros mismos, pero ésta no es sólo un no estar con lo otro; la privacidad debe ser entendida como el hecho de apartarse para ser, de alejarse para tener perspectiva; como el ejercicio de estructuración de un ser tan fuerte que le ayude al mundo a no seguir siendo un presente absoluto.

El ser fuerte construido en la privacidad rompe lo que se considera normal y aceptado para servir de enlace con lo posible, con lo no imaginado o lo considerado una quimera. Es la vuelta a la esencia colectiva que se consigue con la libertad individual de cada miembro del cuerpo social, porque, en su negación a ser sólo una pieza más de la aceleración sin rumbo de la era digital, es capaz, sino de pararla, sí de ralentizar para buscar sentidos distintos a lo que se quiera construir como ideal humano. La privacidad, por tanto, no es egoísmo sino solidaridad.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/daniel-yepes-naranjo/

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