Preguntas incómodas

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Durante la última semana han sido varias las referencias en medios de comunicación y en rede sociales al informe final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad. Voces de todos lados salieron a reconocer el trabajo de un grupo de Comisionados que con sus equipos de investigación se caminaron el país en un proceso amplio de escucha y diálogo social, o a descalificar un trabajo que aún no conocemos completo, pero ya consideraron sesgado y mal intencionado. Yo me quedo por ahora en el primer grupo, a la espera de la lectura que apenas inicio.

El informe corría riesgos desde que se anunció que se acercaba la terminación del mandato de la Comisión. Habían pistas de las dificultades que el ejercicio que representaba su mandato iba a tener al momento de presentación de sus resultados. Basta recordar, como uno de varios ejemplos que pudiéramos citar, que durante el proceso de negociación de paz en la Habana, ya se había conformado un grupo de 12 relatores del conflicto para que ofrecieran una versión colectiva de lo que había ocurrido en 60 años de guerra, y el resultado fueron 12 textos con diferentes interpretaciones sobre los mismos hechos que seguirán generando lecturas de lo que nos pasó como país.  

Por ello antes de comentar los resultados, porque a la fecha de esta columna solo conocemos dos capítulos de los once que la Comisión seguirá publicando durante el mes de julio, ¿qué tal si nos permitimos la posibilidad de leerlo calmadamente y abrir la discusión sobre los hallazgos y recomendaciones?. Se trata, como lo conversaba con algunas de las personas que trabajaron en el texto desde el equipo de Antioquia, de una oportunidad para seguir conociendo verdades sobre la guerra, verdades que no son un punto final pero que si se siguen sumando a los amplios ejercicios que se habían llevado a cabo en el país desde diversos lugares, y sobre los que aún faltan muchas voces y miradas de lo que nos pasó como país, y que ojalá podamos sumar a una conversación que si tenga el propósito de la no continuidad y la no repetición a la que nos invita la Comisión de la Verdad.

Que el informe sea una oportunidad para mirarnos a los ojos y hacernos las preguntas incómodas. Allí se plantean algunas, pero seguramente la lectura detallada del texto nos abrirá la posibilidad a otras nuevas: “¿Por qué el país no se detuvo para exigir a las guerrillas y al Estado parar la guerra política desde temprano y negociar una paz integral? ¿Cuáles fueron el Estado y las instituciones que no impidieron y más bien promovieron el conflicto armado? ¿Dónde estaba el Congreso, dónde los partidos políticos? ¿Hasta dónde los que tomaron las armas contra el Estado calcularon las consecuencias brutales y macabras de su decisión? ¿Nunca entendieron que el orden armado que imponían sobre los pueblos y comunidades que decían proteger los destruía, y luego los abandonaba en manos de verdugos paramilitares? ¿Qué hicieron ante esta crisis del espíritu los líderes religiosos? Y, aparte de quienes incluso pusieron la vida para acompañar y denunciar, ¿qué hicieron la mayoría de obispos, sacerdotes y comunidades religiosas? ¿Qué hicieron los educadores? ¿Qué dicen los jueces y fiscales que dejaron acumular la impunidad? ¿Qué papel desempeñaron los formadores de opinión y los medios de comunicación? ¿Cómo nos atrevimos a dejar que pasara y a dejar que continúe?”

Abro este espacio semanal para comentar la lectura y motivar la conversación sobre el informe. No soy un experto en el tema, no trabajé en el informe, y apenas estoy iniciando su lectura, pero abro la posibilidad para ver cómo nos puede ayudar para seguir construyendo el camino del país que todos queremos.

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