La postulación de Abelardo de la Espriella a la Presidencia, cuyo nombre figura en el puesto diecisiete de la famosa encuesta de las 75 figuritas, me pareció un hecho mínimo hasta que me topé con un voluntario dispuesto a recoger firmas que avalen su candidatura en uno de los chats del colegio de mis hijos. El padre de familia aducía sentir una gran preocupación por el país, una necesidad de actuar, de ponerse en movimiento. Y convocó a otros que le habrán escrito para movilizarse también.
El problema no es que la baraja presidencial esté llena de outsiders con distintos niveles de extravagancia y nulos méritos para aspirar a la dirección del país. El problema es que haya adeptos que inflen sus posibilidades.
Sin embargo, la gran tragedia es la construcción mental que se va imponiendo sobre lo que la ciudadanía considera que es el conjunto de cualidades que convierten a una persona en “apta” para detentar el poder.
En el caso de Abelardo de la Espriella no se puede examinar una hoja de vida de ejecutorias en lo público porque, como ya dijimos, es un outsider. Entonces toca mirar el Instagram del tipo. No hay nada natural ni espontáneo allí: cada fotografía es una construcción cuidada y planeada en pro de la preservación de la estética. Iluminación, juego de contrastes para que la figura de de la Espriella luzca impecable. No es gratuito que el nombre de su perfil sea @delaespriella_style.
En su feed de publicaciones es igual de probable ver un video suyo hablando de inteligencia emocional, enseñado la historia de un cóctel desde el lugar en el que fue inventado, o sentado en un escritorio con la bandera de Colombia a su izquierda, actuando con la gravedad de un estadista que ya ejerce el poder.
Su movimiento político tiene el nombre en plural del ron que promueve como influencer y que vende en su página web: “Defensores” de la patria. Y eso es lo que nos promete a los ciudadanos en el video de lanzamiento de su campaña, noticia del 16 de julio: salvarnos del desastre al que nos llevó Petro. Y sí, estamos en medio de un desastre. Pero la historia que nos cuenta este abogado de celebridades es la de un supermán dotado de poderes, que estaba esperando la debacle para actuar.
En 2019 le dijo a la periodista María Elvira Arango en Los informantes que se metería a la política solo en caso de extrema necesidad. Como en toda narrativa épica, los mejores están reservados para el momento propicio y el momento es ahora para nuestra fortuna: “un hombre no puede escapar de su destino”, dice de la Espriella en el video, con una bandera ondeando como fondo en una colorimetría dramática y cinematográfica.
Después de ojear su Instagram, va uno a la página web, “de la Espriella style” y encuentra un templo faraónico del culto a la personalidad hecho negocio, que se define como un “espacio para celebrar la Dolce Vita”. Allí se puede comprar el Ron Defensor, diseñado por de la Espriella y Silvestre Dangond, o el vino italiano de su propio viñedo, los libros que ha escrito y comprar ropa de marca para vestirse como él, con chaquetas que cuestan hasta 2,5 millones de pesos y pañuelos de seda para meter en el bolsillo.
Pero después tiene que ir a las noticias. Y en las noticias hay información que data de 2006, cuando el abogado presidía una fundación que promovía ante el Congreso un referendo para eliminar la extradición y darle estatus político a los paramilitares. También, de los honorarios millonarios que recibió de los Nule, licitantes por esa época de la ampliación del aeropuerto Eldorado y famosos después por la debacle de Bogotá. De su jet privado y sus viajes a paraísos fiscales; de frases suyas como que la ética no tiene que ver con el derecho y que Maduro debe ser asesinado.
Ya era duro ver a Vicky Dávila, la otra outsider de la derecha punteando en las encuestas y preguntarse por sus aptitudes para dirigir al país. Pero ahora llega un hombre que, como leí en algún chat, le hace contrapeso para representar a los mismos uribistas nostálgicos que, en su caso, no les apuestan a las mujeres.
Pero lo peor es ver cómo vamos inaugurando una era en la que se olvidan o se transforman las viejas “cracias”: la democracia (el gobierno del pueblo), la tecnocracia (el gobierno de los técnicos), la burocracia… Para que se instaure una que se defina como el gobierno de los influencers. Abelardo es un pequeño ejemplo que puede volverse grande.
Puedo pecar de conservadora y tradicional, pero entre el álbum de las figurillas de Guarumo, si alguien va a salvar el país, prefiero que sea Batman.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/