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La toma hostil contra Antioquia inició hace más de 4 años en las oficinas y pasillos del establecimiento bogotano. Su objetivo: conquistar la Alcaldía de Medellín, echar mano del aparato productivo paisa y allanar el camino para la presidencia de Gustavo Petro. En esta embestida se invirtieron miles de millones de dólares de capital nacional y transnacional, y se construyó una matriz narrativa que pretendía mostrar una Antioquia resquebrajada por la corrupción y la anarquía.
Ya en el poder, Gustavo Petro arreció su ataque contra los antioqueños haciendo uso de los instrumentos del Estado. Intervino la Caja de Compensación Comfenalco; la EPS Savia Salud (EPS pública de los Antioqueños, con cerca de 2 millones de usuarios); suspendió la delegación minera del Departamento, socavando la autonomía sobre nuestra riqueza mineral; negó la financiación necesaria para la terminación de las vías 4G, que comunican a Antioquia con el suroccidente del país, el Valle y la Costa Atlántica. Petro intentó también controlar la Junta Directiva del Metro de Medellín y poner sus fichas en la Cámara de Comercio, ambos intentos, por fortuna, fallidos.
Frente este panorama, ha sido inevitable que en el debate público regional muchas voces se pregunten: ¿por qué tanto odio, tanta inquina contra Antioquia?
Miremos un poco más de cerca. Antioquia es el segundo departamento más rico del país, con un PIB per cápita superior al promedio nacional. La región cuenta con un tejido empresarial robusto, con fuerte presencia multinacional, una agricultura próspera y un sector turístico en crecimiento. Así mismo, Antioquia tiene una ubicación privilegiada. Hace algún tiempo, por ejemplo, un slogan rezaba: “Antioquia, la mejor esquina de América”. Y no se trataba de simple publicidad; Antioquia es un importante centro de transporte y comercio. Está conectada por tierra, mar y aire con el resto del país y con el mundo. Así mismo, somos un Departamento que cuenta con fuentes hídricas en abundancia, tierra fértil en todos las alturas y grandes yacimientos de oro, plata, hierro y cobre.
Pero sobre todas estas cosas, nuestra gran riqueza yace en la cultura y en el profundo sentido de arraigo y pertenencia de los Antioqueños. Valores como la libertad y el trabajo duro han forjado lo que somos. Construimos con nuestras propias manos, y sin ayuda foránea, a EPM, una de las empresas públicas más grandes de América Latina, y un referente internacional. Hemos sido bastión de democracia y freno de mano contra todo intento totalitario. Tenemos una tradición artística invaluable, bien sea en la escultura, en la pintura, en la poesía o en la música. Nuestro acento se escucha en todos los rincones del planeta, a tal punto que, cuando en el extranjero se habla de Colombia, es al arquetipo antioqueño a lo que se refieren.
Así pues, al formular la pregunta “¿Por qué tanto odio contra Antioquia?” no nos queda más que responder con Freud: porque nada se odia tanto como aquello que se desea.