Política para la muerte

—¿A quién le dispararon?
—A un candidato a la presidencia.

—¿Pero él estaba en la guerra?
—No, estaba dando un discurso sobre sus ideas políticas.

—¿Entonces no estaba en un campo de batalla?
—Supuestamente no. Solo compartía sus ideas.

—¿Por qué le dispararon?
—Por la disputa política electoral del próximo año.

—¿Quién fue?
—No lo sabemos, pero algún grupo político se está beneficiando de ello.

—¿Quién le disparó?
—Un joven que también vivía en la muerte; seguramente su calidad de vida rozaba la miseria.

—¿Solo por hacer política?
—Parece que sí.

—¿Entonces, en mí país asesinan a la gente por participar en política?
—Sí. En mi país se hace política con la muerte de las personas. Las balas y los muertos han sido parte de la rutina electoral en distintos momentos de nuestra historia.

—¿Me estás diciendo que, en Colombia, el cuerpo del político es un campo de batalla?
—Sí, parece que sí. Aún hacemos política como si estuviéramos en la guerra.

—¿Qué pasa si él vive?
—Su hijo no repetirá la historia de él, y de pronto, sí él quiere será presidente.

—¿Y si muere?
—Será un mártir. Y su grupo político ganará la presidencia.

—¿Esto ha pasado antes?
—Sí. Hace 35 años.

—Cómo así, ¿en Colombia el duelo es instrumento de contienda electoral?
—Creo que sí, las lágrimas hacen parte del capital político.

—Pero si la política es para definir de manera colectiva el rumbo de la vida en un país, ¿por qué se asesinan?
—No lo sé. Tal vez, en mi país, aún no entendemos el valor de la vida.

Nuestros calendarios electorales se manchan de sangre como si fuera parte del protocolo. Los atentados no se ocultan: se publican, se teatralizan, se vuelven espectáculo. Se busca que queden en la memoria colectiva como un llamado a la guerra, debilitando cualquier idea para comprender la vida colectiva de una manera digna y tranquila. Galán, Pizarro, Jaramillo, Lara Bonilla, Gaitán. A algunos los asesinaron en tarima, a otros en su carro, a otros frente a su familia. La democracia colombiana ha sido construida a tiros, con las balas firmando pactos de silencio o encendiendo la maquinaria del poder.

Como lo dijo Hannah Arendt: donde hay violencia, no hay política. Todo aquello que atenta contra la vida es guerra. Donde empieza la violencia, se disuelve la política.

Tal vez, en Colombia hemos confundido esta idea. Llamamos política al cálculo de cuántos votos deja una tragedia, al uso instrumental del miedo, a la administración del duelo colectivo como estrategia electoral.

Pero quisiera recordar —aunque suene obvio— que si hacemos política desde la muerte, lo que estamos haciendo, en realidad, es la guerra.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/

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