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Pizarro: de villano a héroe

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Existe una creencia bastante arraigada en el imaginario colectivo de los colombianos sobre la guerrilla del M-19. Se tiende a pensar que ese grupo terrorista, que estuvo vigente por 16 años, fue una especie de congregación de héroes clandestinos que robaban el camión de la leche para repartirlo entre los niños pobres, y están revestidos con una especie de aura de intelectuales rebeldes que desafiaron el estatus quo. Con este mito también se ha favorecido la vida y el legado de personajes icónicos de esa guerrilla como Jaime Bateman, Álvaro Fayad o el último comandante, Carlos Pizarro.

El M-19 supo llevar a cabo un proceso de paz temprano, a diferencia de las FARC-EP y el ELN. No se le suele asociar con ese rosario de muertes, secuestros y atentados que fueron la insignia de otros actores armados en el momento de mayor degradación de la guerra. Incluso, la exitosa incursión de sus excombatientes en la política electoral ha redefinido la imagen de terroristas urbanos que a pulso se labraron. Fueron fuerza mayoritaria en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, alcanzaron curules en el Senado y la Cámara de Representantes, y varias alcaldías y gobernaciones a lo largo del país. Sin duda, el mayor éxito político de esa guerrilla es que, poco más de 30 años después de suscrito el acuerdo de paz con el Estado colombiano, uno de sus miembros se convirtió en presidente de la república.

A lo largo de su trasegar como representante, alcalde, senador, candidato presidencial y jefe de Estado, Petro se ha empeñado en reivindicar la doctrina del M-19 y en especial a la imagen de Carlos Pizarro. Queda para el recuerdo la imagen del presidente recién posesionado exigiendo la presencia de la espada del libertador Simón Bolívar, reliquia que fue hurtada por ese grupo criminal y que mantuvieron en su posesión durante años. De igual manera, el momento en el que la senadora María José Pizarro, hija de Carlos, inviste con la banda presidencial a Petro. La más reciente declaratoria de patrimonio cultural de la nación, omitiendo el trámite legal, del sombrero que usaba el candidato de la Alianza Democrática M-19 el día que sufrió el atentado o los múltiples mensajes en redes sociales o en discursos en los que no se escatima en elogios.

Lo cierto es que la vida de Pizarro, aunque se desmovilizó y se reintegró a la vida civil, no es digna de ser exaltada y mucho menos un modelo a seguir para los colombianos, como no lo debe ser ninguno de los que, con las armas, han ejercido la violencia contra los ciudadanos o han buscado desestabilizar a los poderes públicos. Pizarro tiene un amplio prontuario criminal que cultivó desde sus años en las FARC y posteriormente en su posición de cabecilla del M-19. No puede olvidarse que ese grupo terrorista se tomó el Palacio de Justicia dejando muertos y desaparecidos que hasta hoy llora Colombia, tampoco que se lucraban de la sociedad con el temido cartel de Medellín o que secuestraron y extorsionaron a sus anchas. Se debe procurar la paz y brindarle a los que han empuñado un arma la posibilidad de rehacer su vida siempre que haya verdad, justicia, reparación y no repetición. Las víctimas, solo ellas, son quienes merecen los homenajes y reconocimientos, no los que por su ambición han sembrado de dolor esta tierra. Pizarro fue y será siempre un villano de nuestra historia, por más que los recursos retóricos de los nostálgicos del delito se empeñen en graduarlo de héroe o prohombre.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

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