Petro y punto seguido

La llegada de Gustavo Petro al poder era, de alguna forma, inevitable. El actual presidente logró sintonizar con unas facciones de la población colombiana que históricamente han sido menospreciadas y para las cuales el acceso al poder, al menos en la escena nacional, ha sido escarpado. Algunos hablan de una deuda histórica con ese espectro político, pero lo cierto es que Petro es más el resultado de un estado de cosas crispado —una ciudadanía indignada, una clase política desgastada y una institucionalidad cuestionada— que supo poner a su favor, más que el heredero legítimo de las tesis y luchas de la izquierda democrática.

Petro llegó al poder incluso respaldado por sectores empresariales y políticos que, aunque escépticos, decidieron levantar la talanquera a ese proyecto político con el objetivo de descomprimir un clima nacional profundamente atomizado y de alguna forma negociar cierto margen de maniobra con el líder político más poderoso desde Álvaro Uribe. Si no hubiese sido elegido en 2022, muy probablemente lo habría sido en 2026, pero con un costo mucho más alto para el país: más polarización, más confrontación en la calle, más radicalización. Porque si algo ha demostrado Petro a lo largo de su carrera es que sabe agitar las aguas, estimular a las masas y posicionarse como el antagonista del establecimiento. En ese terreno es el mejor jugador.

Sin embargo, con su mediocre presidencia no termina el fenómeno político que representa. Petro no es un paréntesis en la historia política reciente de Colombia; es más bien un punto seguido. A partir del 7 de agosto de 2026, volverá al rol que más disfruta y en el que, sin duda, se mueve con mayor comodidad: el de opositor. En ese lugar, sin la carga de los indicadores de gestión ni las responsabilidades del gobierno, Petro es más libre, más vehemente, más eficaz.

Por ahora, su paso por la presidencia no ha significado un quiebre institucional irreversible. Aunque su discurso es muchas veces beligerante y cargado de pulsiones autoritarias, las instituciones han mostrado cierta capacidad de resistencia. No obstante, los recientes pronunciamientos en los que manifiesta su desconfianza hacia el sistema electoral dejan entrever que venderá cara la no continuidad de su proyecto político.

Recortar el presupuesto de la organización electoral, aplazar los comicios alegando una situación extraordinaria, no reconocer los resultados, o negarse a una transición pacífica del poder, son escenarios que no pueden descartarse del todo. Aun así, su perpetuidad en el poder sigue siendo improbable. La pregunta no es si Petro se irá, sino cómo se irá y qué tanto daño podrá hacer en su salida. Porque con él, todo parece siempre en tensión, como si el país viviera en estado de campaña permanente.

Petro se va, pero la política que encarna —llena de antagonismos, retóricas pomposas y sobre simplificadas y pulsos con la institucionalidad— continúa. Punto seguido.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/samuel-machado/

5/5 - (2 votos)

Compartir

Te podría interesar