Permítanme un lamento. Uno sobre el oficio en que me formé.
Siempre hubo periódicos en mi casa. El Colombiano llegaba todos los días, y El Tiempo y El Espectador solo los domingos. En mi infancia, los llevaba siempre el mismo tipo en bicicleta. La memoria no me trae su nombre, pero sé que lo supe. Recuerdo que Rex, el perro de la casa (un pinscher miniatura malhumorado y rencoroso) anunciaba su llegada con cuadras de antelación, antes de que empezáramos a escuchar su pregón noticioso: «elcolombianoelmundoeltiempoelespectaaadooor».
Ahí estaba el diario cada mañana, pues. Crecí viendo a mis papás leer el periódico y yo mismo me fui haciendo a la costumbre de repasar las páginas y comparar titulares y enfoques.
Estudié Comunicación Social-Periodismo, luego. Y más tarde trabajé en el periódico El Colombiano un poco menos de la mitad del tiempo que he vivido.
Y ahora me parece tan raro eso de revisar la prensa, de ojearla. Llena de titulares que preguntan en lugar de dar respuestas, de enunciados engañosos, poblados de adjetivos, cuando no de juicios morales, a ver si alguien cae en la trampa de dar clic en informaciones irrelevantes.
Hay una cuenta en Twitter llamada Ahorrando Clickbaits (@ahorrandoclick1 es su usuario) que se la pasa diciendo en una línea lo que los periódicos necesitan decir en cuatro párrafos.
No es que antes no sucediera. Sería ingenuo pensar que los medios no tienen su agenda y línea editorial, sus querencias y desencuentros políticos (que pueden girar 180 grados), pero había un ejercicio menos necesitado de complacer a los algoritmos y más honesto con el ejercicio informativo.
Déjenme mostrarles de qué hablo, aunque seguro ya lo sospechan.
«Invima lanza alerta por riesgo para la salud de bebés expuestos a adultos que usan popular tratamiento», titula la página web de El Tiempo. Agrega en lo que yo conocía como entradilla y otros como bajada: «Conozca las advertencias y cuidados que desde el Instituto emitieron». Están hablando del Minoxidil, el producto que usan aquellos que se resisten a la alopecia.
Se me ocurren, por lo menos, tres titulares diferentes que sean informativos y no una adivinanza.
«Lo que faltaba: ahora hay tour de la «Operación Orión» en la 13», titulaba el viernes una nota El Colombiano sobre una nueva atracción turística en San Javier. ¿Era necesaria la calificación? ¿No serán los lectores capaces de decidir por ellos mismos lo que piensan sobre quiénes, cómo y por qué convirtieron aquella toma a sangre y fuego en parte de la historia turistificada?
Me estoy quejando del menor de los problemas de la prensa, lo sé. Es un lamento más sobre el oficio. Titular era, debería seguirlo siendo, un reto profesional. ¿Cómo condensar en pocas palabras el ingenio, la información, la claridad? ¿Cómo escribir algo que invite a leer, pero no para darle gusto a los robots de los buscadores? ¿Cómo titular apelando a la inteligencia de los lectores y no a sus rabias, fobias y filias?
Recuerdo siempre un ejemplo que me cuenta de vez en vez el colega Juan Carlos Luján. El relato no sé si es fidedigno (tremenda contradicción, hablando de periodismo), pero iba más o menos así: un cuarteto de ladrones asaltó las taquillas del viejo hipódromo de Techo. Fue un golpe rápido, que no permitió la reacción de las autoridades. ¿Cómo titular aquello? A alguien se le ocurrió esto: En un dos por tres, cuatro tipos se robaron el 5 y 6.
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