¿Para qué zapatos si no hay casa?

Se vino la montaña. Crujió a las tres de la mañana.

Y con ella, se vino la historia que llevamos años repitiendo: la de una ciudad que prefiere prepararse para conciertos y no para cuidar la vida de sus habitantes y obreros sin casa.

Pero, ¿lo vieron? ¿Desde donde viven pueden ver la montaña nororiental? ¿Sus casas o apartamentos les permiten visualizar las laderas de la ciudad? Porque, a veces, si no tenemos en la vida cotidiana esta vista, puede pasar desapercibido que entre Medellín y Bello se perdió casi un barrio completo por un movimiento en masa de tierra.

El deslizamiento que sacudió las laderas entre Bello y Medellín dejó, hasta ahora, 23 personas muertas, 13 desaparecidas y más de 600 evacuadas que hoy duermen en albergues improvisados, muchos de ellos en colegios. Más de 40 edificaciones colapsaron bajo una avalancha de 60.000 metros cúbicos de tierra. Una tragedia que no fue sorpresa para nadie, excepto para quienes jamás han puesto un pie en estos barrios, sino hasta que las cámaras están encendidas.

Los colegios que en su cotidianidad pueden tener 40 niños y niñas por salón, hoy son albergues. No porque nos importe la educación —ojalá—, sino porque no tenemos otro lugar.

¿Conocen esta ladera? ¿Han subido allí? ¿Viven allí?

Porque me sorprende que, en los últimos años, las grandes empresas, las universidades más pupis de esta ciudad y las organizaciones de mayor renombre hayan cogido de parche estas zonas para sus recorridos sociales, para sus voluntariados empresariales o para la foto de la porno-miseria. Convirtieron nuestras laderas en el turismo barato para ver a la gente empobrecida, las víctimas del conflicto, las madres solteras, los y las vendedoras ambulantes, los y las abuelas solitarias en sus fotos de perfil para conexión social, pero sin pensar en los cambios estructurales que necesitan estas personas.

Mientras tanto, quienes usaron las laderas como fondo para sus campañas, sus prácticas universitarias o sus proyectos sociales hoy brillan por su ausencia. Qué curioso: para subir a grabar la miseria, sí aparecen. Con cámara en mano, sonrisa solidaria y promesas de que “esto va a cambiar”. Pero cuando se trata de ayudar en la atención humanitaria real, ahí sí se acuerdan de que “eso es del Estado” y que “no pueden pasar los límites institucionales”.

No es nuevo: la ciudad también se construyó sobre el olvido.

Esa mirada que romantiza el dolor ajeno pero no mueve un dedo por cambiarlo.
Esa práctica extractivista que va por los barrios buscando historias tristes que den likes, pero no invierte ni una hora en entender cómo incidir y generar transformaciones reales.

Lo que más me duele es que esto no es nuevo. Estas comunidades llevan más de 15 años luchando por una vivienda digna, por un plan integral de barrios, por el acceso a servicios públicos, por la reubicación. Al final, por el acceso a la vida. Y ante la ausencia estatal, a punta de mingas, autoconstrucción, derechos de petición y voluntariado, levantaron barrios que el Estado solo empezó a mirar cuando la tierra decidió gritar.

Y ahora que grita, lo único que repiten las alcaldías es el viejo libreto: echarse la pelota entre sí. Que si es Medellín, que si es Bello, que si el área metropolitana, que si el POT, que si las competencias, que si la lluvia, que si el riesgo.

¿Y la gente?

La gente se quedó sin casa.
Sin cama.
Sin cocina.
Sin zapatos.
Sin esperanza, de nuevo.

¿Para qué zapatos si no hay casa?
¿Para qué promesas si no hay voluntad?
¿Para qué gobernantes si no hay gobierno?
¿Para qué recorridos empresariales si no generan empleo?

Medellín se vendió como una ciudad innovadora, de progreso, de turismo, de eventos internacionales. Pero los barrios que están en los bordes, en las laderas, en los límites invisibles entre un municipio y otro, siguen esperando lo básico: agua, luz, un techo que no tiemble con cada aguacero.

Esta tragedia no es un accidente. Es el resultado de una política urbana que ha priorizado la vitrina sobre la vida. Que ha organizado la ciudad para recibir visitantes, pero no para proteger a quienes la habitan. Así que, sí señor Estado, señores Alcaldías, Área Metropolitana y todas demás entidades, ustedes son los responsables históricos de esta tragedia, de este olvido que hoy cobró vidas en la ciudad que está en el “mapa mundial”.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/

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