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«Tener esperanza en el progreso exige dar razones para albergarla». Adela Cortina.
Llevo lo que ya es una eternidad sintiendo lo que afirmó Paula Gil, presidenta de Médicos Sin Fronteras España: que no encuentra palabras para describir la guerra en Gaza. Y eso que ella caminó entre sus escombros y la olió. “Es tal la deshumanización constante que sufre la población, que pacientes de todas las edades, les repiten una y otra vez frases como esta: «Soy una persona, soy un ser humano. Tenía planes, sueños, tenía una vida. No soy un número»”, cuenta en un artículo acompañado por un dibujo de un niño de Gaza en el que hay gente tirada en las calles, soldados con armas apuntando a cabezas, tanques con banderas israelíes, misiles cayendo del cielo y, ojo a esto, que fue lo que me desgarró: encima de todo, un sol y una nube con lágrimas enormes.
El universo atestigua herido y el niño lo siente. La realidad lo desgarra desde dentro y él, víctima directa del delirio del mundo, es más capaz de describir esta guerra que todos nosotros, aún reconoce lo inconcebible.
Mientras supervivientes del Holocausto como Albrecht Weinberg, a punto de cumplir cien años, devuelven sus medallas desconcertados por las decisiones de sus gobernantes, mientras esos judíos que sufrieron lo indecible intentan usar lo que les queda de voz para advertir sobre la oscuridad del panorama y su espeluznante parecido con el de los años treinta, los sionistas de Israel —y sus aliados de Occidente— encarnan la definición más delirante de fascismo, racismo y deshumanización. Que nadie se confunda: el sionismo y esa mayoría israelí que apoya la tortura de un pueblo no tienen nada que ver con los judíos víctimas del horror. Lo que vemos hoy son fanáticos de un victimismo convertidos en unos de los peores verdugos de la historia. «Voy a devolver la Cruz Federal al Mérito, porque los políticos han unido fuerzas con los extremistas de derecha. Y entonces será como con los nacionalsocialistas y Hitler. No en este momento, pero si meten el pie en la puerta, entonces pueden meter después todo el cuerpo», afirmó Weinberg.
¿Alguien más siente como si se nos estuviera viniendo encima una montaña? En una realidad en la que tantas palabras han perdido su sentido hay que buscar incansablemente la especificidad y dejar de lado los eufemismos. El demente Donald Trump está dinamitando los avances vitales de la humanidad. Cómo hacemos para darle la justa dimensión a la idea de expulsar a dos millones de gazatíes de su tierra, de las casas bajo cuyos escombros quedó enterrado el amor y cuya reconstrucción es hoy el propósito de vida de una comunidad a la que, tras décadas de arrancarle la dignidad, le han arrancado la piel. Cómo hacemos para que el ser humano del siglo XXI sepa que un presidente poderoso y enloquecido no tiene, bajo ninguna circunstancia, la potestad de sepultar a un pueblo bajo un complejo de lujo. Lo definió bien el diario El País en su editorial (The Guardian también lo llamó por su nombre): «Sería una limpieza étnica en toda regla, algo que la comunidad internacional no puede permitir sin perder la dignidad para siempre». Y lo dijo alguien en Twitter: se siente como que están ganando los malos…
Esa palabra que tanto le gusta al nuevo tirano ególatra y chiflado, American, ese América que desde siempre nos ha sonado enfermizo cuando se usa neciamente para nombrar a un país, hoy, hoy ese americano, que en realidad nos incluye a tantas naciones, me avergüenza: somos americanos pero no ese tipo de americanos, no los que se sienten dueños del universo, por encima del resto, no los que se rascan el ombligo opinando sobre regiones que ni siquiera pueden ubicar en el mapa.
Son muchos los que alertan sobre las señales —más allá del saludo nazi del magnate tecnológico que juega en la Casa Blanca— que nos devuelven hoy a la antesala del nazismo y de la IIGM. Advirtió la semana pasada el periodista italiano Siegmund Ginzberg: “Ahora tenemos a Trump. Y Trump no es Hitler. Aunque me impresiona, o debería decir aterroriza, lo mucho que todo —las palabras, la cólera, los eslóganes, los objetivos, las cabezas de turco (entonces los judíos, hoy los inmigrantes), la paranoia, las conspiraciones, la incomprensión y el modo en que muchos le subestiman— se parece, casi como un calco, a lo que sucedió entonces», y agregó este detalle: «Permítanme una analogía. En la década de 1930, Alemania tenía un problema, su balanza comercial».
Para iluminar la bruma, Andrea Rizzi resaltó varios hechos de resistencia esperanzadores como el desplome de las ventas de Tesla en Europa, las manifestaciones en las calles de Alemania contra la derecha tóxica y el grupo de diputados que tumbaron ese peligrosísimo acercamiento con la ultraderecha de AfD. Lo llamó “un recordatorio de que, a veces, no solo es necesario oponerse a los bárbaros que quieren invadir, sino también a los líderes de las filas en las que se milita y que se están equivocando”, e hizo un llamado a, si la inteligencia conduce al pesimismo, aferrarnos al optimismo de la voluntad.
En momentos de horror pienso en Adorno, que afirmó que tras el Holocausto no podía existir más la poesía. Yo pienso que urge, que la poesía es resistencia. Miro de nuevo el sol y la nube llorando sobre Gaza y pienso que son, quizás, la única manera que nos queda para sacudir a un mundo que ha olvidado cómo sentir.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/