Otro capitalismo y otra sociedad posibles

Imagínense una empresa palmicultora de unos 400 trabajadores, en la cual todos son socios, con una participación del 20% en la misma, por la que cada uno recibe anualmente entre 10 y 12 millones adicionales al salario en dividendos (cuando hay), y hasta $300 millones al momento de pensionarse, debido a la recompra de sus acciones para entregarle a los nuevos trabajadores. Una empresa en donde los trabajadores cuentan con un auxilio educativo del 100% para los hijos, desde el jardín hasta la universidad, y un ahorro anual programado del 15% del salario: ellos ahorran el 7.5% y la empresa aporta un 7.5% adicional.

Imagínense que en esta misma empresa la última convención colectiva fue firmada por cinco años, todos los trabajadores están sindicalizados, tienen acceso a la información financiera y representación en la junta directiva –un trabajador, que empezó como obrero raso, es su actual presidente–, por lo cual participan de la toma de decisiones estratégicas, que suelen resolverse por consenso.

Imagínense que, a finales de los ochenta, esta empresa estuvo al borde del cierre por problemas económicos y sociales, y en ese tiempo tenían condiciones laborales precarias, que llevaron incluso a la muerte de un trabajador y al nacimiento, clandestino, del sindicato. Pero cuando la empresa parecía inviable y la paz laboral imposible, se gestó, en 1993, la alianza entre empresarios y sindicalistas para salvar la empresa.

Los trabajadores afiliados al sindicato se convirtieron en socios y adquirieron el 20% de la compañía, aportando sus prestaciones sociales y apostando por este modelo societario, aun con todos sus riesgos y prevenciones, pero con la esperanza y la cooperación por delante: “Yo no quiero ser recordado como el presidente del sindicato que acabó con una empresa, sino como el que la salvó”, dijo en ese entonces el líder sindical de la época.

Imagínense que esta caso no es Finlandia, ni en Suecia, ni en Noruega, sino en Colombia, sí, en nuestro país, en el departamento del Cesar, en los municipios de El Copey y Algarrobo, que han sido afectados por el conflicto armado colombiano. La empresa se llama Gremca, Agricultura y Energía Sostenible S.A., fundada por el Grupo Grancolombiano, y el sindicato Sintraproaceites, un sindicato de industria o sector.

Con esta decisión, Gremca no solo se salvó del colapso, sino que se convirtió en un referente nacional. Se mejoró la producción, se enfrentaron las caídas de precios del aceite de palma, y se logró acceso a créditos para renovar cultivos.

Imagínense que al menos un tercio de las empresas y sindicatos en Colombia y el mundo adoptaran este modelo. Que nuestros políticos y candidatos presidenciales tuvieran propuestas de estímulos para este tipo de organizaciones y modelos asociativos, en los que empresarios e integrantes del sindicato comparten responsabilidades, decisiones y utilidades. Que es posible cambiar el paradigma prejuiciado de que “los sindicatos acaban empresas y los patronos acababan sindicatos”, sin renunciar a las tensiones naturales entre capital y trabajo.

Aunque no he validado con fuentes directas la información publicada por Valora Analitik,  Agronegocios y Semana sobre este caso, para efectos de esta columna me basta con saber que esta visión compartida de empresa no solo es posible en otros países y culturas sino también en el nuestro, y que es rentable, sostenible y, por tanto, replicable.

Según le expresó Óscar Cifuentes, gerente general de la compañía, a Valora Analitik “esta fórmula ha permitido generar beneficios sociales y laborales, promover la paz en la región donde opera la empresa y proyectar a futuro tanto a los empresarios como a los trabajadores”.

En este caso el sindicato cedió primero, como lo recuerda en el portal Agronegocios Ramón Durán, presidente tanto de la Junta Directiva de la empresa como de la de Sintraproaceites en El Copey: “Fuimos capaces de renunciar a beneficios sindicales logrados tras años de lucha para salvar la empresa”.

¿Será que algún día nuestros “grandes empresarios” también entenderán que la paz y la seguridad sostenibles se logran es con justicia e inclusión económica, social y política, y no con más plomo, cárceles y cementerios? ¿Podrán y querrán comprender que el corazón grande que no han tenido, pero tanto han proclamado, sería más eficaz que la mano dura que han defendido sin sonrojo?

Si no queremos socialismo, imagínense, imaginemos, que otro capitalismo y otra sociedad son posibles. Una vez más, la salida es hacia adentro.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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