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“El mero hecho de ser es tan prodigioso que ninguna desventura debe eximirnos de una suerte de gratitud cósmica”
Jorge Luis Borges
Me voy a permitir hacer uso en este espacio de algo de ese positivismo tóxico que, por lo menos a mí, tanto me molesta. Lo hago consciente, mientras un sol maravilloso sale por mi ventana y de fondo suena Ella Fitzgerald.
Vivir en el pesimismo es siempre la salida más fácil: levantarse y sentir que nada de lo que se haga tendrá sentido porque todo está perdido, que los esfuerzos serán injustificados, que todo se fue al traste y que las posibilidades de construir otra realidad diferente, son casi nulas. Vivir bajo esa tonada, derrotados por un contexto agresivo y depredador y no hacer nada para cambiarlo, evadir la acción, es el camino cómodo. No sentirnos responsables y por lo tanto no actuar, dejarse llevar por la derrota.
El optimismo implica un llamado a la acción, movimiento, actividad. Afrontar los días con la esperanza de que todo sí puede cambiar, de que siempre hay una oportunidad para mejorar y hacerlo de la manera correcta. “La resignación nada resuelve. El optimismo por lo menos nos da una oportunidad” dice Alejandro Gaviria.
Hoy no encuentro otra manera de enfrentar mis días si no es con una maleta cargada de optimismo. Me niego rotundamente a vivir bajo la sombra de que mi vida no tiene más sentido que el de respirar; me niego a no hacerme cargo de mi destino, a entregarle cada minuto de mi existencia al sometimiento. Me levanto y sonrío. Otro día, otra oportunidad. Esta realidad que me tocó, esta época turbia, este afán de dañar al otro, son susceptibles de cambio, el mismo que depende de mis acciones diarias, de mis decisiones sobre en qué invierto mi energía.
No tengo dudas de mis capacidades como mujer, como ser humano. No titubeo cuando me encuentro siendo responsable de mi vida. Al contrario, me llena de entereza y resolución saberme la directora de mis actos. Si tengo la oportunidad de respirar, de pensar, de conversar e, incluso, de escribir estas palabras, tengo la oportunidad de cambiar, o por lo menos, de ser parte del cambio.
No dudo tampoco de nuestras capacidades colectivas. Esta humanidad, que pareciera perdida, es también la misma que ha inventado vacunas y curas contra las peores enfermedades, ha escrito los versos más hermosos y creado obras de arte que exaltan nuestra existencia. No desconfío de nuestra capacidad de acción conjunta. No estamos perdidos, solo estamos desconcentrados. No podemos renunciar a la posibilidad de hacer la diferencia.
Decido entonces creer fielmente en una ciudadanía activa, en que la vida nos regala días para reparar lo que hemos dañado, en que siempre tenemos una nueva oportunidad para no decir esas palabras que hieren, para ejercer una libertad responsable y compasiva, para unirnos y trabajar por ese futuro soñado en el que tendremos motivos para actuar diferente, para leer el contexto diferente, para votar diferente.
Porque para mí el optimismo no es una opción; hoy es mi único camino posible.
Así que, como dijo mi queridísima Mafalda, hoy me atrevo a comenzar el día con una sonrisa e ir por ahí desentonando con todo el mundo.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/manuela-restrepo/