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En mi universidad ha habido incontables protestas y demostraciones de solidaridad con Palestina desde el 7 de octubre. Mientras camino a clase veo como banderas rojas, verdes y blancas se asoman por las esquinas, en el suelo veo “FREE PALESTINE” escrito con tiza, y recientemente en Londres hubo la protesta más grande a favor de Palestina con más de 3,000 personas marchando, durante el fin de semana en el que se conmemora el final de la Primera guerra mundial.
En la era de las redes sociales es más fácil hacerle frente a la guerra, reportar cuales son las atrocidades reales que diversos actores cometen, y con algo tan fácil como oprimir un botón en una pantalla se puede transformar la conversación mediática en la mayoría de los países del mundo. Y se está hablando cada vez más del rol que tiene Estados Unidos, Francia, el Reino Unido, Rusia y China en las calamidades que se asemejan mucho a las guerras de la Guerra Fría.
Me siento feliz porque hay muchas personas hablando de esto, tantas como lo hubo cuando Rusia invadió a Ucrania el año pasado. Conversaciones inteligentes e importantes, que nos enseñan en vez de destruirnos, lideradas por expertos y expertas. Y sí, siento que el mundo ha despertado un poco frente a las realidades de la guerra cuando se entablan conversaciones sobre los derechos de los niños, las necesidades menstruales de las mujeres en zonas de combate, la influencia de las multinacionales.
La semana pasada, trasnochada por andar estudiando y haciendo uno de mis tres ensayos finales, y al ver que no me alcanzaba el tiempo para hacerme mi café matutino, como tanto me gusta, opté por ir a Starbucks un rato, sentarme a estudiar, y por ahí derecho tomarme esa inyección de cafeína tan necesaria. Subí una historia en Instagram en la que se veía detrás de mí el logo tan reconocible de la sirenita verde, y recibí un mensaje muy doloroso:
“Tu eres una hipócrita porque apoyas a Starbucks sabiendo que ellos financian el genocidio de los palestinos en la Franja de Gaza,” me dijeron.
Venía de una compañera de la universidad, que es del Medio Oriente, y a quien le tengo muchísimo respeto desde que vimos clase juntas hace dos años. Me dolió, y mucho, porque sentí que lo que había hecho hasta el momento en cuanto a escuchar a los expertos, no invadir más el debate público con comentarios repetitivos en un mundo de tanta información, había sido insuficiente.
Pero, ¿cómo podemos hacer las personas corrientes, como usted y como yo, para influenciar a actores tan ricos e importantes? Por un lado, Starbucks desaprobó un trino que hizo el sindicato de sus trabajadores apoyando a Palestina. Por el otro, McDonald’s donó comida a las tropas del ejército israelí, y finalmente, Disney donó 2 millones de dólares en ayuda humanitaria a Israel luego del ataque de Hamas el 7 de octubre. Y se espera de nosotros que vetemos a estas compañías, y que lo hagamos en público.
Claro, podemos votar mejor. Podemos votar por gobernantes que digan que están en contra de la guerra, conversar con personas que tienen más experiencia en el tema a través de redes, o si los tenemos cerca, a través de una cita para tomarnos un café o una cerveza. Podemos también educarnos para entender que el conflicto trasciende mucho más allá, que viene creándose desde hace ya mucho, y que los mismos actores que denuncian el genocidio, como el Reino Unido, lo crearon.
Se ignora que claro, las sedes de estas compañías en Estados Unidos tomaron la decisión económica de apoyar a Israel, pero ¿ahí qué tienen que ver sus empleados? ¿Deberían quedarse sin trabajo entonces porque muy arriba de la pirámide corporativa tomaron la decisión de apoyar a Israel?
Podemos también entender que nuestro café de $5 no va a hacer la diferencia, y que el verdadero problema es el fantasma de la estructura colonial, que por más que intentemos, no podremos cambiar ni yo, ni usted, ni nadie.
¿Cómo es posible que se espere de nosotros que apoyemos la causa palestina al no comprar un café? O, ¿cómo es posible que se nos responsabilice a nosotros, ciudadanos comunes y corrientes, de un genocidio que trasciende fronteras nacionales, acuerdos internacionales, y muchísimas generaciones?
Esto es lo que personalmente he calificado como el fenómeno del no suficiente. En el mundo del activismo, sin importar la causa, ponemos etiquetas sin consideración ni piedad, diciendo que unos somos unos inconscientes, otros retrógrados. Unos ignorantes, otros ilustrados, simplemente porque para unos ciertas causas son más importantes que otras.
Y esto no es contradictorio. Mi proceso de formación intelectual me ha llevado a identificar la igualdad de género como mi causa, por lo que yo quiero luchar, algo que, para mí, aplica a todas y cada una de las facetas de mi vida y del mundo.
Apoyo el final del conflicto en Palestina al reconocer las bases masculinizadas imperialistas y coloniales que tiene, y reconozco que las mujeres viven la guerra de una manera muy diferente a los hombres. Veo como los tradicionalismos nos han llevado a imponer roles de madres y cuidadoras en las mujeres de Gaza, y también reconozco las masculinidades militantes tan evidentes en el conflicto. No soy ingenua al no percatarme del impacto tan profundo que tienen las multinacionales estadounidenses en el mundo, inclusive más que muchísimos países, inclusive más que la misma ONU. Pero al final del día, yo también soy solo una persona que ni siquiera tiene voto en el país en el que estudia, y en el que paso el 75% del año. No se nos puede exigir que como individuos cambiemos el mundo solos, y realmente, no se nos puede exigir que cambiemos el mundo ni siquiera en colectivo, de la noche a la mañana. Hacemos lo que podemos con lo que tenemos, pero para muchos esto nunca será suficiente.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/