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—Eh, ¡no jodás Gustavo!— Los muertos no hablan, ese es el gran problema de los muertos. Sobre todo para los que nos quedamos vivos, que nos toca aguantar el vacío de ese silencio para toda la vida.

Pero algo así le habría podido decir Carlos Horacio Urán a Gustavo Petro al enterarse (si se pudiera enterar) de que a Helena, su hija, la dejaron sin contrato en la Cancillería por haberle escrito una carta al Presidente llamándolo a la reflexión sobre lo impertinente de ondear en actos públicos la bandera del M-19.

Esto último se supo esta semana de mediados de junio: Helena Urán era asesora en asuntos sobre reparación a las víctimas y no le renovaron el contrato. Le dijo al diario El País que venía teniendo problemas porque no la invitaban a reuniones en las que debía estar y el canciller Murillo ni la recibía ni le pasaba al teléfono.

En abril pasado, durante un acto en Zipaquirá, Petro le rindió Homenaje a Carlos Pizarro a propósito del aniversario de su asesinato en un avión, cuando era candidato presidencial por el movimiento Alianza Democrática M-19, a pocos días de firmar la paz con el grupo guerrillero. “Traiga esa bandera porque hoy estamos de fiesta”, dijo Petro. Y después, el primero de mayo, también la ondeó en la tarima.

El 3 de mayo Helena le escribió al Presidente: “rendir homenaje a Carlos Pizarro es legítimo. Pero ¿no hubiese sido mejor un encuentro entre diferentes voces, para conocer más sobre su figura, las razones que lo llevaron a la lucha armada y lo injusto y abominable que fue su asesinato (…) que subir la bandera del M-19 (¡no la de la ADM-19!) a una tarima, sin que aquellos a quienes este símbolo nos puede recordar y reavivar el dolor tengamos ninguna posibilidad de decir nada? (…) Usted debería poder entenderlo y, mejor aún, reconocerlo, como el jefe de Estado de todos los colombianos que es hoy”.

—¿No estábamos del mismo lado pues, home Gustavo?— Yo no sé cómo hablaba el magistrado Urán cuando la toma del Palacio de Justicia, que la guerrilla del M-19 bautizó como “Operación Antonio Nariño por los Derechos del Hombre”. Para ese momento, el Magistrado auxiliar del Consejo de Estado, que nació en Angelópolis, Antioquia, y estudió en Medellín, ya había vivido en Uruguay, donde se casó, y en Europa, donde estudió tres maestrías y tuvo las dos hijas mayores, Helena, la segunda.

Habría podido decirle a Petro (como si pudiera) en paisa o con otro acento que estaba a favor de la paz, a pesar de la animadversión institucional del momento, especialmente de las Fuerzas Armadas y la derecha.

En esa época, también el Gobierno buscaba una especie de “paz total”, como la que Petro busca ahora. “Levanto ante el pueblo de Colombia una alta y blanca bandera de paz (…) No quiero que se derrame una sola gota más de sangre Colombiana”, dijo el presidente Belisario Betancur en 1982 durante su discurso de posesión. Y en 1984, ya había treguas firmadas con las Farc, el M-19, el EPL y la ADO (Autodefensa Obrera).

De hecho, pegado en la ventana de la sala de la casa de los Urán, había un dibujo de una paloma. Cuenta Helena en su libro Mi vida y el Palacio, que sus papás hablaban con sus amigos y sus círculos de intelectuales sobre la importancia del diálogo con las guerrillas. Ella tenía diez años en esa época en la que las calles del país se llenaron de palomas de pintura blanca y ramas de olivo en el pico.

—Yo también fui víctima del Estado, Gustavo, ¡como las que vos tanto has denunciado!— Hubiera dicho Carlos Urán al oír la voz de su hija tan curtida de indignaciones. En estos 39 años tras el Holocausto se pudo probar que Urán salió vivo del Palacio y lo entraron muerto; y que fue torturado y ejecutado extrajudicialmente con un arma de uso privativo de las Fuerzas Militares de entonces, hechos por los cuales el Estado Colombiano fue condenado en 2014 por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

La toma del Palacio de Justicia pretendía ser un juicio contra el presidente Belisario Betancur por haberle incumplido la tregua al M-19. En un acto “espectacular”, de gran poder simbólico, la guerrilla buscaba que la Justicia, con mayúscula, en su templo, condenara a Betancur. El Eme creía en la reverencia del poder judicial, como Carlos Urán, y los otros magistrados muertos, aunque entró disparando y tomando rehenes.

Y Petro cree en el poder de los símbolos, como el M-19: si el robo de la espada de Bolívar fue el acto fundacional del grupo armado, mandarla a traer en su ceremonia de posesión fue el modo de decir que su gobierno sería una revolución para el país, la revolución del cambio. (Que no ha sido)

Que saque la bandera del grupo armado (y no la de movimiento político que integró la Asamblea Constituyente del 91, como segunda fuerza), y trine sobre el tema con la ironía con que trina, es la actitud del muchacho rebelde (que ya no es, ni puede ser), trivializando esa evocación como si fuera un álbum de fotos con el que un adolescente egocéntrico recuerda sus épicas parrandas. El problema es que responder la carta de Helena negando su continuidad al servicio del Gobierno, también es un símbolo.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/

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