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No existe peor enemiga de la mujer que otra mujer

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Hay lugares y palabras comunes, dichos que se repiten de forma circular, que condicionan nuestra forma de ver la vida, que naturalizan pensamientos y conductas. “No existe peor enemiga de una mujer que otra mujer” es una de ellas.

No podría estar yo en más en desacuerdo, porque si bien en la calle es normal la enemistad, la evidencia estadística nos señala lo contrario. La evidencia, por ejemplo, de que nada puede salvar más a una mujer que un círculo de otras mujeres que la apoyen en situaciones de violencia, de abuso verbal, de crisis en salud mental. Mujeres de distintas edades, supuestos de hermandad que, por más que se trate de encontrar en algunos hombres, nunca será igual.

La experiencia femenina es interseccional, nos atraviesa a todas de una forma u otra, y el mito de que entre mujeres deseamos hundirnos es un respaldo más de una sociedad misógina que nos vende espejos falsos de nosotras mismas. La arpía que desea engullir a sus oponentes, generalmente otras mujeres, todo por la atención de los hombres, nos lleva persiguiendo desde la Antigua Grecia. Genios maléficos con cuerpo de ave rapiña, afiladas garras, la fealdad propia de la mujer que es mala, esa misma que se encuentra en las brujas, las rusalkas y las náyades.

Ya desde hace mucho tiempo estábamos condicionadas a nuestra propia guerra, a despedazarnos entre nosotras por un simple motivo, que es el hombre. La mujer competía con su belleza para ser notada por un caballero, la mujer cargaba envidia porque la “otra” quería lo que ella tenía: un marido, un proveedor, un amante. ¿Acaso no es claro que esa enemistad histórica no viene de ser mujer, sino del centro, que es un hombre?

¿Es tan grande la brecha que nos separa entre mujer y mujer? Yo creo que no. No hemos de amarnos todas, pero existe una comprensión tácita que circula en el aire cuando nos juntamos. El hombre narciso, por ejemplo, lo primero que busca al tener a su pareja es alejarla de su círculo, porque nunca será ajeno que los terceros que observan son quienes primero ven la realidad, la manipulación y la mentira, en especial si son mujeres que identifican con facilidad patrones por los que ya han pasado.

Hermanas, tías, primas, amigas, madres: rodearse de mujeres, siendo mujer, es regalarse la posibilidad de ser abrazada en un mundo cada vez más hostil, uno que está en la transición de adaptarse a la presencia femenina, a su fuerza laboral, económica, cultural y emocional.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/mariana-mora/

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