No apta para señoritas: son mías y soy de ellas

No apta para señoritas: son mías y soy de ellas

No me gustan los posesivos. Los uso poquito porque me repelen. Pero hay un posesivo que digo con convicción: MIS amigas. Las MÍAS son mujeres que viven el significado de verbos como cuidar y amar. Me enseñan, todos los días, que los cuerpos están hechos de emociones y que ser honesta es conceder a cada emoción el espacio propio. Ellas son compañía sin bulla. Son contrapeso cuando pretendo irme por los tercos caminos de la razón. Son intuición y son estética.

La buena suerte me permitió conocerlas en medio de este mundo tan hostil para las mujeres. Tal vez para equilibrar los temores cotidianos, la vida, generosa, me regaló las amistades más bellas. MIS amigas de la niñez fueron alegría y despreocupación. Intuimos que era más importante acompañarnos que aprender a factorizar. Nos acercamos a los primeros sentimientos de abandono y de duelo, jugamos a ser grandes imaginando que la vida era fácil. 

Mis amigas de la juventud me mostraron las puertas de esta ciudad. De su mano comprendí que la belleza y la inteligencia femenina no tenían que reñir, aunque Medellín se empeñara en pedirnos que sonriéramos sin pensar. Juntas caminamos buscando la acera iluminada y las calles por las que hubiera más gente. Calles que aún nos intimidan. Con ellas descubrí que la confianza se construye con actos cotidianos; fuimos conscientes, por primera vez, de que no teníamos que estar de acuerdo para querernos. Aprendimos, incluso, que en la amistad hay renuncias. 

Descubrí que la amistad también habita en la familia, y que ser prima puede ser sinónimo de ser amiga con todas las letras. Y entonces, ahí, no queda más que agradecer por tanta perfección. Con MIS amigas más jóvenes comprendo que la edad no es frontera para encontrarse en las conversaciones que cuestionan y rompen esquemas. Y con MIS amigas mayores me doy cuenta de que hay que asumir la vida sin ingenuidad, pero con esperanza. 

Ahora, MIS amigas, con las que hago el tránsito a la adultez, me muestran las honduras de la existencia, mientras compartimos las dudas sobre habitar este mundo como mujeres. Con ellas hay levedad y peso. Son la definición de solidaridad. Su inteligencia es amable, su amabilidad es inteligente. Son capaces de decir, con consideración y sin condescendencia, las palabras más confrontadoras. Saben que la espiritualidad es más profunda que cualquier religión y que la amistad es una bella expresión del amor. Con MIS amigas me sorprendo por la capacidad que juntas desarrollamos para tratar de ser cada vez más genuinas. Para pararnos en el mundo con buena fe, sin mañas ni intenciones veladas. Aprendemos, día a día, que es preferible renunciar que hacer daño. Nos reconocemos vulnerables, limitadas, imperfectas, incoherentes. Ellas hacen pequeños rituales cotidianos y así, poco a poco, van tejiendo, con sentido, la vida. Con MIS amigas hay conversación sin monólogos, hay más preguntas que respuestas, hay cuidado en las formas, hay sopitas calientes y también aguardiente fiestero. Con ellas confirmo que los asuntos públicos se cuecen en ámbitos privados. Los abrazos de MIS amigas son refugio ante la angustia.

La amistad entre mujeres es resistencia en este sistema que se empeña en enfrentarnos, en dividirnos. Es usar la voz para gritarle al mundo patriarcal que nosotras, juntas, somos una potente fuerza de la naturaleza. Nos temen. Y con sus miedos, que visten de violencia, insisten en reducirnos. Pero seguiremos cantando unidas. Seguiremos caminando de la mano y volverán a temblar, otra vez –y otra vez–, los cuerpos de aquellos que se creen fuertes, cuando en realidad están parados en el pantano machista que también a ellos los ahoga. Porque la amistad entre mujeres es, además, abrigo para aquellos hombres valientes y sensibles con quienes nos encontramos como pares y con quienes construimos y reconstruimos relaciones respetuosas en el camino de la consideración. Y así, algunos de ellos también caben en el plural posesivo: MIS AMIGAS.

La amistad entre mujeres es usar las manos para darnos soporte y estabilidad. Es tener la convicción de que esas mismas manos nos ayudarán a enderezar la postura para mirar de frente, con dignidad, y para avanzar con la confianza absoluta de que cuando nos tiremos al vacío, allá, en lo profundo, esos abrazos nos recogerán, cuidarán de nosotras, nos ayudarán a sanar y, de nuevo, nos darán el impulso para volver a empezar. 

Escribo esto pensando también en Valeria, MI amiga niña, para quien deseo que teja las amistades más bellas. Con MIS amigas sé, siento, confío, me creo, me re-creo. MIS amigas. Son mías y soy de ellas. 

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