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María Antonia Rincón

No apta para señoritas: recuerdo y emoción en la verdad

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Cuando le contamos a alguien algo que pasó, surge una forma de verdad que no es única ni completa. Podremos esforzarnos porque nuestras palabras se correspondan con los hechos, pero nuestra versión estará afectada por la perspectiva desde donde vivimos los acontecimientos. Ser protagonistas de una historia no es garantía de que la narración se acoja completamente a la realidad. Nuestro discurso será una parte de la verdad, pero este sufrirá los efectos del punto de vista, de los recuerdos y de las emociones que rodean la experiencia misma.

La memoria nos permite ser quienes somos: nos ubica en un ámbito familiar y social concreto. Sabemos a dónde pertenecemos y cómo usar el lenguaje para relacionarnos con otros porque lo aprendimos y lo recordamos. La memoria es el motor de los mínimos acontecimientos cotidianos como preparar café o vestirnos. También es la fuerza de la civilización: podemos presentarnos ante otros diciendo yo soy porque arrastramos de nuestros antepasados las narraciones que hoy, aquí, nos dan piso en el mundo. Pero la memoria también puede mentir.

Así mismo, las emociones que surgen en cada uno de los que intervienen en el suceso pondrán un matiz distinto a la realidad. Quien sufre el dolor del desprecio no contará la historia de la misma manera que quien estuvo a su lado como testigo, por más cercano que sea. El niño y el abuelo darán versiones distintas sobre el mismo hecho, y cada uno aportará con el uso de sus palabras a la construcción de la verdad.

Saber que la versión de uno no es única ni completa nos permite, precisamente, abrir la perspectiva. Y esto no corresponde solo a un compromiso ético con la verdad, ni a una expresión lógica que se amolda a la razón. Es, además, un esfuerzo estético por tratar de comprender que en la existencia de uno habitan los otros y que en la de ellos habita uno. Ser considerado en la narración e incluir las perspectivas ajenas, sus recuerdos y sus emociones, es reconocer la humanidad propia y ajena, es entender que ambas historias son valiosas para la construcción conjunta. Es saber que la historia de todos está hecha de los acontecimientos de cada uno y, sobre todo, de la relación entre ellos.   

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