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Heredé, por el lado del papá, el color de los ojos y las formas del cuerpo, incluida la redondez del rostro y varios matices del carácter. Por el lado de la mamá, la herencia es menos física pero abundante: la manera de conversar, las ganas de saber, la vocación de enseñar, la buena voluntad, el querer andar de fiesta y al mismo tiempo el sosiego en el tejido. Herencias inmateriales amarradas entre sí.
Mujeres, en diversas latitudes y épocas, heredamos la relación con los hilos y las telas. Aprendimos a diferenciar verbos como tejer, coser y bordar. Nos enseñaron que el hogar se decoraba con las carpetas de crochet y que el punto de cruz es distinto al punto holandés. Pero, en lo profundo de estas prácticas hay elementos que superan la belleza de los objetos.
La relación con el tejido es pausa, durabilidad y resistencia. Hoy, cuando se pondera la velocidad en la producción, la vida sucede sin posibilidad de pausa. Se insiste en que el tiempo tiene que rendir para hacer más. El ocio es enemigo y la pausa es pérdida de tiempo. Se reclama tanto el rendimiento que incluso ahora la pausa es “pausa activa”. No hay tiempo para parar y ya. Las cosas, sobre todo la ropa, se producen, cada vez, con mayor velocidad y menos durabilidad. Salen al mercado con la misma rapidez con que se desechan.
Bordar es pausar. Hacer figuras con los hilos implica detenerse. El sutil movimiento de la aguja suma discretamente para que el todo tome forma. Pareciera que incluso la respiración se mengua y, de alguna manera, se acompasa con los movimientos de los dedos. Cada punto, discreto, se convierte en testimonio del tiempo acontecido. Insisto: discreto.
Tejer es durabilidad. Las agujas con las que mi mamá teje en malla tienen la particularidad de ser, al mismo tiempo, rígidas y ágiles. Bueno, la agilidad está en las manos de la tejedora, pero me gusta pensar que esa combinación de potencias dota a la lana de una nueva virtud: el tejido es duración. Mi mamá convierte el tiempo en tejido: “hice este chal en un mes”. Medir el tiempo así no se queda en el momento de la producción, pues ese objeto dejó de ser lana y ahora es un bello arropador. Es testimonio que perdura y que demuestra que el ritmo del tejido se convierte en abrazo y calor.
Y es resistir pues optar por la pausa y la durabilidad en medio del torbellino es elegir una forma de vida. No son meros accesorios. Es saber que en las manos hay una herencia femenina que alude al cuidado del detalle como muestra de amor por el otro. Es la trasmisión de un relato que cuenta la historia de muchas otras y que seguirá tejiendo la narración, haciendo que la vida se prolongue.