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Es, tal vez, la primera experiencia de cuidar a otro ser humano. Es, también, la primera lucha. Crecer con hermanos es aprender a ser parte de algo y, al mismo tiempo, distanciarse para ser en la individualidad: es una relación que vincula y separa.
Al principio, la autoridad la otorga el lugar que ocupa cada hermano. El mayor ejerce cierto encantamiento en el menor, quien lo mira maravillado porque aquel ya puede hacer cosas que este apenas está intuyendo. La “experiencia” del primer personaje está dada porque lleva uno o dos años más viviendo en el mundo. Él ya sabe cosas de la vida. El menor, por su parte, ofrece algo de desparpajo, le merma solemnidad a cualquier acontecimiento y demuestra que nada es tan grave.
Así, uno y otro, entre los dos, conocen la complicidad y la derrota. Muchas carcajadas empiezan en la mirada de este par de personajes. También, saberse acusado y aprender a defenderse es un camino que empieza ahí, con el hermano. Como si esa relación nos mostrara lo bello de la humanidad y nos diera fortaleza para enfrentar lo más cruel de la vida.
En la escuela, nos enseñaron a trazar con colores los márgenes de las hojas en los cuadernos. De ahí para acá cabía la creatividad y el aprendizaje. De ahí para allá, no existía la mínima posibilidad de expresión. El mundo se acababa ahí. Solía pensar que el hermano mayor era la margen. Con él aprendí los primeros límites en las relaciones humanas. Hoy, tantos años después, comprendí que el hermano no es la margen sino el color.
El hermano es guía de contención, sí, pero también dibuja otros horizontes. Abre el mundo. El hermano expresa posibilidades y le demuestra a uno que la margen se puede correr. El hermano protege del mundo exterior mientras enseña que uno mismo debe cuidarse. Confía en que uno también aprenderá a identificar las amenazas y a reconocer la luz, los matices, las sombras, las texturas, el brillo de la existencia.
Hoy, celebro que en mi vida el sonido y el color me fueron presentados por el hermano. Él me enseñó que la margen la pongo yo. Mi hermano es la fuerza del cuidado. Con él aprendí que cuidar a otro ser humano es también una expresión del propio amor y que es reconfortante sentirse protegida.
Él en mi vida es arte. Es lo permanente y lo discontinuo.