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María Antonia Rincón

No apta para señoritas: feminismos, trascender la etiqueta

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Recientemente estrenamos el juego de NoApto: “Un juego de mesa para que hables de lo que te dicen que no se habla en la mesa”. Resultó que pocas preguntas detonaron conversaciones raras, difíciles, sobre todo para mí, que creía tener algunas respuestas ya resueltas. Entre esas, esta: ¿Puede un hombre ser feminista? Gagueé, no me atreví a responder de una; esperé que ellos y ellas respondieran y a final quedamos en puntos suspensivos.

Hoy, mi respuesta es no. Acogeré algunas de las reflexiones de esa mesa y trataré de sumarle otras. No puede, básicamente, porque la experiencia de nacer en un cuerpo con sexo de hembra y asumir las condiciones naturales que esto implica, no es comparable ni comprensible para quien nace en otro tipo de cuerpo. Ahora, esto funciona también en el sentido contrario, es decir, para quien nace hembra tampoco es comparable ni comprensible la realidad de un cuerpo con sexo de macho. Por eso, en esta columna, me limitaré a la experiencia que conozco: nacer hembra e ir siendo mujer.

Ahora, a las diferencias biológicas se le suman las condiciones culturales y económicas y aquí el enredo es mayor. Culturalmente, asumirse mujer, comportarse como tal, implica un montón de bellos aprendizajes y, también, de duelos. Pensemos solamente, como ejemplo básico, en la niña que empieza a menstruar en nuestro contexto (y esto vale aclararlo pues en cada cultura este tránsito es distinto). A esa niña, en muchas ocasiones, se le enseña que con el sangrado llegarán el dolor, la vergüenza, el exceso de asepsia y lo peor: que a partir de ese instante deja de ser niña y se convierte en mujer que puede parir. Pues no. Esa niña tiene todo el derecho a seguir siendo niña por más tiempo, a conocer su cuerpo y a asumir los cambios propios de la edad con el mismo ritmo que la naturaleza le marca.

Siendo adolescentes muy poco nos enseñan, a unas y a otros, que ese paso, además de difícil, es maravilloso. Entonces, los adultos debieron mostrarnos que ser considerados y respetuosos con lo distinto (en cuerpo, en pensamiento, en condiciones económicas…) es el camino del reconocimiento de la humanidad. Así, tal vez, ir volviéndose mujer sería una experiencia menos dolorosa.

Ya más grandes, vivir en cuerpo de hembra y comportarse como mujer implica retos que la cultura exacerba. Nos hacen creer que, si estamos una, dos o tres mujeres en un espacio público, estamos solas, debido a la ausencia de hombre en ese escenario. Nos llenan de temor a la oscuridad, a la calle, a lo público. Y esto se expresa en minuciosas formas que pretenden que no llamemos la atención, que no nos expresemos y que no llevemos la contraria. En últimas, que reduzcamos nuestra humanidad.

En términos económicos algunos avances no son suficientes. Que cada vez más seamos generadoras y dueñas de nuestros patrimonios nos ha dotado de una autonomía que las abuelas ni imaginaron. Pero, algunos ambientes laborales siguen siendo toscos; ascender, una batalla y ganar lo que corresponde, a veces, una ilusión. Hace poco una estudiante preguntaba en clase qué hacer frente a los comentarios sexistas de su jefe, quien parecía divertirse con cada frase emitida. Muchas hemos estado en esa situación, y muchas hemos sonreído tímidamente, apabullando la rabia interna para no hacer de eso un problema. Pues, resulta que eso ya es un problema. La recomendación, para ella, para las otras estudiantes y para mí misma fue: pregúntele a ese señor qué es lo gracioso del comentario; mírelo y espere la respuesta. Esto, sí, es más fácil decirlo que llevarlo a la práctica, pero por algo debemos empezar.

Y, lo más complicado y complejo: no hay una forma única de feminismo; ser mujer no es sinónimo de ser feminista y los hombres no pueden ser feministas.

Feminismos hay muchos, algunos con posturas radicales y violentas; otros moderados, unos críticos de otros. En fin, la etiqueta es insuficiente, como casi siempre. Reducirnos a esta o aquella es fatal. Creo que lo que corresponde es que cada una asuma su experiencia vital consciente de sus condiciones y de sus potencias. Y que nos acompañemos unas a otras con solidaridad, con alegría, y también con sentido crítico. Estar vigilantes de sí mismas y de las otras con quienes tejemos la vida.

Ser mujer no es ser feminista y para la muestra una vicepresidenta. Tampoco ser feminista es ser bondadosa, inteligente, sensata y moralmente superior. Algunas reproducen comportamientos machistas. Otras lo hacemos, a veces, de manera inconsciente y no por eso menos peor. Hay otras que, sin la etiqueta, nos han enseñado más de compresión y justicia que algunas que se ponen la camiseta, la pañoleta y salen a gritar.

Y, por último, los hombres no pueden ser feministas. Porque la naturaleza y la cultura conjugadas los ponen en experiencias vitales muy distintas. Esperamos sí, su consideración y su respeto. Que, ante la injusticia, juntos alcemos la voz. Confiamos en que desaprendan cánones machistas que incluso a ellos les generan sufrimiento. Sabemos que este sistema también es injusto con ellos. Por ejemplo, no es lo mismo ser hombre en estrato seis que hombre en estrato uno. Cada cual tiene angustias propias de su contexto; pero con mucha seguridad, esas angustias, en la mayoría de los casos, se multiplican para las mujeres.

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