Ninguna bandera

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Estoy preocupadísima. Llevo toda la vida trabajando y luchando por una causa justa, la diversidad y la inclusión. Ahora esa causa parece que se vino en contra nuestra.

Está haciendo carrera la interpretación de que la causa apunta a que todos debíamos parecernos. Que si no encajamos en las propuestas modernas, agiles, tec, ciborgs, poliamorosas, fit, hípster, boho-chic, polémicas, y en general “ístas”, o cualquiera de esos términos, estamos siendo excluidos por quienes propagan la inclusión.

El término diversidad no lo abraza todo; es la falacia de quienes la defienden. La diversidad está  en la médula de quienes la abanderan y que consideran que están por fuera, por lo que reclaman el derecho a estar adentro, que sean incluidos y demandan que se les otorgue lo que se les ha negado, que sería lo justo y equitativo, por supuesto.

El problema (…o la paradoja) es que cuando quienes portan las banderas de la inclusión y la equidad adquieren visibilidad y poder, posan de manera tal que lo demás se excluye. Quienes antes eran señalados de excluyentes ahora son excluidos. Ahora son sus víctimas.

Por ejemplo, la izquierda diversa no reconoce a la derecha; la derecha del libre mercado perfecto no reconoce otros modelos diferentes al suyo; la religión católica que proclama que todos somos hijos de Dios condena a quienes lo niegan; los británicos que piden ser reconocidos como reino no reconocen a sus hermanos migrantes. En fin, ninguna bandera, por más grande que sea, logra abrazarlo todo. Y aunque yo milite en algunas de esas banderas, debo reconocer que la diversidad es más grande que nuestras causas.

Como muchos, yo trabajo por causas cuyos nombres y denominaciones parecen estar desdibujadas, y al final se siente como si la causa estuviera mal de salud y  agonizara ¿Habrá que inventar otra palabra? ¿Denominarnos de otra manera? No lo creo. Volveríamos en algún tiempo no muy lejano al punto de partida donde la denominación se desgaste y desdibuje. Mejor considerar superar la denominación para que las obras, hechos y argumentos firmes y contundentes sean el significado de las banderas. Como pasar del mapa al territorio, algo así…

Estoy segura de que la inclusión es posible y que diversidad es la mejor palabra para denominar la causa, pero me aparto de algunas interpretaciones modernas que nos quieren a todos idénticos, negándonos el privilegio de la unicidad, de permitirnos saborear lo distinto, de probar algo que a lo mejor odiaríamos y terminamos amando. Quienes decidimos no participar en este juego y no queremos parecernos a los demás por simplemente pertenecer o por comodidad, arriesgamos ser excluidos y reclamamos de nuevo el respeto por la diversidad

La diversidad que tengo como ideal no incluye convivir ni convenir con algunas escasas tribus existentes. Eso significaría, primero, que hay unas tribus reconocidas; segundo, que debemos ser aceptados o acogidos por  ellas; tercero, que debemos adoptar comportamientos según sus mandatos y, por último, pero no menos importante, que la inclusión y la diversidad no incluye necesariamente cambiar de rebaño.

Por más incluyente que sea la causa, nunca puede abarcar la inmensidad. Podríamos decir que la identidad es el nombre y que nadie alcanza a recoger todas las banderas cuando ondea la suya, porque siempre habrá personas por fuera de las comunidades autoproclamadas verdaderas. Hay tanta diversidad como humanos sobre esta tierra.

Diversidad no es una expresión política, es el verdadero reconocimiento de que somos únicos e irrepetibles. E inclusión no es demagogia,  es saber que al igual que como en la naturaleza, entre humanos nadie sobra, todos tenemos valor, nadie es recurso, todos somos parte, que nos retroalimentamos, nos nutrimos y nos regeneramos cíclica y armónicamente. Que mutamos y estamos en constante evolución y movimiento, que aprendemos, que experimentamos sin anteponer el placer conocido.

Lo verdadero, lo justo y lo bueno, que son la materia que estudia la ética, por tanto es lo  ético, sería que sin importar quién tenga el poder, aquí todos quepamos. Que podamos mirarnos a los ojos y nos reconozcamos sujetos en constante movimiento y mutación como cualquier especie animal. Que no tenemos ni más ni menos valor que los demás miembros del bosque. Y podemos ser más como la tierra y el sol que no discriminan, no deciden a quienes les sirve. Simplemente, sostienen, nutren y gozan. Eso es diversidad. Eso es inclusión

¿Será que la palabra no es inclusión entonces sino amor? ¿Sería ya demasiado pedir?

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/

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