“A las valientes que se salieron del camino recto para ser libres. Aunque doliera”.

El lunes nos querrán. Najat El Hachmi.

Najat El Hachmi, escritora española de origen marroquí y musulmán, cuenta en la desgarradora El lunes nos querrán la historia de cómo ella, una mujer inmigrante de otra ‘raza’ y educada en otra religión, intenta abrirse paso en un barrio conservador de lo que llama la periferia de la periferia de Barcelona, y cómo, en la cárcel que representaban esas etiquetas, su vida prácticamente consistía en hacer listas de la infinidad de cosas que tenía que cambiar a partir de cada lunes para encajar.

El lunes empezaremos una nueva vida, seremos como tenemos que ser y no como somos. Nos adaptaremos a la forma adecuada, meteremos a la fuerza nuestras carnes dentro del molde correcto, tiraremos a la basura lo que sobre y así tendremos éxito, un éxito seguro y definitivo. Obedeceremos a pies juntillas todas las normas, nos comportaremos como es debido y haremos todos los deberes: los que nos han impuesto y los que nos hemos inventado nosotras mismas para ser incluso mejores de lo que nos piden”, dice.

Qué agotamiento intentar habitar modelos impuestos los lunes para no ir siempre contra la corriente: que ya ni sabemos si agota más nadar en contra o deformarnos dramáticamente para que nos lleve el río. Lo de Najat es sobrecogedor, pero no hay que ser inmigrante ni tener otro color de piel o una educación religiosa distinta para enfrentarse al universo de las tareas ajenas infinitas. Sobre todo si somos mujeres. Y más aún mujeres raras, de esas que quieren salirse del camino recto.

Desde que tengo memoria me he sentido distinta, ‘rara’, por los motivos más absurdos. Recuerdo mi avidez por preguntarlo todo desde los primeros años: en el colegio me interesaba por las diversas materias porque quería entender cómo funcionaba el mundo, era curiosa y me corría adrenalina por las venas al intuir la comprensión de un conocimiento nuevo, de una palabra en otro idioma, pero percibía miradas incómodas cuando alzaba la mano con una inquietud o recibía mis buenas notas con alegría. ‘Nerda’, lo llamaban algunas, aparentemente inmunes a las maravillas o los pesares de la vida —y aún las oigo, adultas, repitiendo esa palabra sin sonrojarse.

La cuestión es que en una niña esas miradas y esos comentarios lograban competir con el impulso del alma por conquistar su propio universo. “…porque deseábamos ser nosotras mismas pero también que nos quisieran. Y a ciertas edades y en ciertas circunstancias a lo mejor no hay más opción que la de ser una misma de un modo controlado, metidas en moldes que nos contengan”, dice Najat.

Más adelante, en una de esas épocas decisivas, al escoger el periodismo me encontré con ojos sorprendidos, pues había que elegir algo que diera dinero. Empecé a entrever que agradaban las mujeres exitosas pero no muy osadas, y exitosas pero bien bonitas, con tiempo para trabajar exhaustivamente sin depender de un hombre jamás, pero familiares, y de disfrutar con recato, sin excederse pero sin aburrirse, todo bajo control.

Gracias a mi yo más profundo, desafié muchas de esas expectativas a los ingenuos diecisiete años, porque aun en ese momento se me dibujaba tortuosa la existencia —una renuncia impensable— si optaba por cualquiera de las fuentes de producción o inspiración aprobadas por la mayoría. Pero desde ahí mis sueños estaban automáticamente moldeados por el camino trazado para nosotras, pues aunque jamás había anhelado tener hijos, al pensar en mis fantasías más exóticas, que pasaban por cubrir guerras en países lejanos, sabía de antemano que estaban descartadas porque había que construir una familia ‘normal’ y olvidarse de esos sueños tan raros.

La cuestión era ser como era debido, no como éramos. ¿Te imaginas que entonces hubiéramos descubierto las trampas y sin dudarlo ni un instante nos hubiéramos plantado gritando un no rotundo? ¡No! ¡No! ¡No! ¿Te imaginas que hubiéramos defendido lo que éramos?”, continúa Najat.

Y entonces, asumiendo que la vida me iría forzando hacia ese lunes en el que encajara mejor —y con un anhelo silencioso de no llegar allí jamás—, no partí a un país lejano pero, con el tiempo, entre miradas extrañadas, igualmente decidí no tener hijos, pues mis fronteras quería dibujarlas yo misma y no pasaban por ahí.

Fue así como leyendo y viajando, ese cubrir conflictos empezó en un blog observando la lucha callada de personas invisibilizadas en la calle y continuó en una primera novela inocente de un país imaginario, simbólico, lleno de detalles de las guerras leídas y acariciadas de lejos en museos y lugares abandonados o abarrotados alrededor del mundo. Y hoy resurge en nuevas aspiraciones inusuales.

¿Se imaginan cuántos sueños exóticos de mujeres raras se han tachado entre listas para los lunes? Como agradezco la curiosidad y la pasión inagotables que me permitieron —a mí y a muchas— salirme del camino recto, conquistar formas extraordinarias de ser mujer y de delinear mi vida. Pienso en el ejemplo maravilloso de Irene Vallejo, que cuenta en El infinito en un junco cómo siempre fue rara, el matoneo que recibió, y, bueno, ya sabemos lo que florecía en su interior.

Esta es la historia de nuestros intentos fracasados de ser libres adaptándonos al entorno y de la huida definitiva cuando fuimos conscientes de la imposibilidad de conciliarlo todo. Y es el relato de vértigo que nos provocó la auténtica emancipación. También el de la soledad más absoluta y el desarraigo más descarnado”, dice Najat.

Pues sí, soledad, desarraigo, pero una libertad que es la vida misma. Qué vivan las mujeres raras y valientes que se salen del camino recto. Gracias, Najat, por derribar fronteras de raza, género, religión y familia, por romper moldes que deforman almas y por contar esa historia íntima y bella para que tantas nos miremos al espejo y cada vez haya menos listas para intentar ser otras.

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