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Tener vergüenza de quien es uno, negar la familia, los ancestros y la tierra que le fue dada, es un hecho lamentable que la mayoría reprocharíamos. Algunos colombianos siguen acomplejados de ser campesinos, hijos de un país rural y nacidos en el campo. Tratan de esconder su linaje y su procedencia alejándose de su origen para que no se les note lo suramericanos.

Colombia es 94% rural y 45% amazónico. La mayoría de nosotros nacimos entre montañas y ríos, llanuras o mares. Somos montañeros y campesinos, tenemos muy cerca el olor a leña, los ponchos y las manos llenas de callos. Nuestros tatarabuelos y bisabuelos bajaron y subieron las cordilleras de los Andes para asentarse en las que hoy consideramos las grandes ciudades industriales o los centros urbanos, donde se concentra el 70% de la población.

Olvidamos quienes somos en medio de selvas de concreto. En lugar de tener complejo de la tierra en las uñas, debemos parar y pensar sobre nuestra riqueza natural, porque en el camino hacía el “desarrollo” no podemos olvidar el potencial de la tierra que nos sostiene. Pensarse en Colombia, en Antioquia o en Medellín, no es posible sin el campo, sin la agricultura, sin los alimentos, sin la riqueza hídrica, sin los bosques y sin los ricos suelos.

Apostarle a algo distinto sería darle la espalda a la riqueza. El patrimonio natural que tenemos que es inseparable de nuestra geografía, ya nos fue dado, mientras que otros tipos de crecimiento basados en economías distintas al campo requerirían esfuerzos grandes y llenos de frustraciones.

Querer basar nuestra economía, crecimiento y superación de la pobreza en asuntos urbanos es interesante, pero bastante curioso y un tanto contradictorio (o paradójico) mirado desde la perspectiva desde donde estamos. Es como la historia del pez que muy preocupado pregunta dónde está el agua.

Si levantamos la mirada y observamos hacia donde está yendo el mundo y donde se están haciendo las apuestas en inversión, educación y regulación, encontramos que el agua, las energías renovables y la búsqueda de sistemas de producción sostenible de alimentos están en la agenda principal de los países desarrollados. Buscan hacerle frente a la crisis climática, alimentaria e hídrica.

Nosotros tenemos la mayoría de esos recursos que le están faltando al mundo: suelo, agua, alimentos y oxígeno. ¿No será que ahí está el potencial? ¿Que tendríamos que prepararnos para la demanda gigantesca de estos bienes? ¿Será que vale la pena tener las mejores universidades agrícolas en nuestro país, la mejor tecnología para generar valor agregado a nuestros commodities, la mejor formación científica para aprovechar el agua, el suelo y los bosques? ¿Podría ser interesante que los financieros aprendan de economía verde y que nuestros ingenieros aprendan sobre agricultura de precisión? ¿Que nuestros desarrolladores de software le apuesten al campo? ¿Que los políticos aprendan de regulación ambiental? ¿Que los abogados se interesen por ayudar a titularizar tierras para hacer viable el agro? ¿Que los banqueros aprendan de los ciclos de la naturaleza para que se financie el campo con plazos realistas a las cosechas? ¿Que las aseguradoras se interesen en el cambio climático para que mitiguen los riesgos del agro empresario? ¿Será importante fomentar el estudio de biología, geología, agronomía, turismo ecológico, bioeconomía, topografía, administración de empresas agrícolas? 

Yo no me distraería con nada más. No sé si vale la pena estar embelesados con fantasías aspiracionales de otros contenientes porque “al Cesar lo que es del Cesar”. No somos el centro tecnológico indio, ni somos Silicon Valley; tampoco llegamos ni de cerca a ser productores textiles como los chinos; no somos Alemania o Francia en exportación de vehículos, ni los grandes farmaceutas suizos, ingleses o belgas; tampoco tenemos la industria del entretenimiento norteamericana. No, no somos eso. Somos un país rico en recursos naturales, millonarios si se quiere. Y si no nos damos cuenta nosotros, lo harán otros (por cierto, ya está pasando).

Lo hermoso de una apuesta por el campo y el agro es que mueve todas las demás industrias. Pero el foco no se puede perder. Una apuesta en el campo mueve el turismo de naturaleza (tendencia mundial), la construcción de vías y puertos (generador de riqueza y empleo), la tecnología, la logística, la industria de empaques, la maquila y, por supuesto, el sector de servicios. Esto sin mencionar lo que aportaríamos al planeta con prácticas regenerativas y de conservación.

Si países sin nuestra riqueza como Israel lo han podido hacer, nosotros también ,y seguro con menos inversión que, como a ellos, requiere cultivar en desiertos.

Nuestro origen es nuestra solución. Montañeros y campesinos orgullosos de serlo y preparados para mostrarlo al mundo y generar riqueza. Lejos de ser un insulto deberíamos convertirlo en el mayor halago.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/juana-botero/

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