¡Que la muerte no nos sea indiferente!
Miguel Uribe (@MiguelUribeT) se parece a mí y a muchos de ustedes. Nació en enero de 1986. Miguel, como yo, hace parte de la generación de la década de 1980, que creció en la transición a la de 1990, los años más difíciles en la trágica historia de la violencia en Colombia. Él mismo es producto, en su formación como ser humano, como hombre (porque también quiero exaltar la masculinidad del hijo, del esposo y del padre), del dolor de perder a su madre a muy temprana edad, de la misma forma que este país ha despedido a tantos de sus hijos, y hoy nos hace desear para él un buen descanso y una larga vida a su legado.
Tengo diferencias políticas con Miguel. Ahora, antes que militante político, soy un ciudadano que cree firmemente en la democracia, con todos sus defectos. Necesitamos de ella porque vivimos en medio de las diferencias que cada vez son más complejas. En ese sentido, valoro a Miguel como ese actor político diferente con el cual se podía dialogar. Aún las diferencias ideológicas que lo ubican más a la derecha y a mi hacia el centro, reconozco, como demócrata, la decencia que le imprimía a su sector y a su partido. Que sean muchos los Migueles con los que nos encontremos en los escenarios de la política, muchos más que aquellos que supuestamente tienen ideologías similares a las nuestras, pero nos avergonzaría citarlos aquí.
En el primer semestre de 2025, en Colombia hubo 6.642 homicidios. Un promedio aproximado de 36 personas por día. Más allá de las cifras y las líneas en los gráficos ¡Que la muerte no nos sea indiferente! No hay muertos de primera, ni de segunda, ni de tercera. Todos tienen igual valía. Una sóla persona que muera de forma violenta nos tiene que cuestionar cómo sociedad. Sin embargo, nuestro pasado de violencia ha hecho que a Colombia la muerte le sea indiferente. Se volvió paisaje, pero si nos detenemos a pensar, un minuto por lo menos, en lo que significa que a alguien le quiten la vida violentamente, que podría ser cualquiera de nosotros, de nuestra generación, como Miguel, ninguna muerte violenta nos debería ser indiferente.
Ahora, sin haber conocido a Miguel personalmente, creo que la mejor forma de honrarlo a él, es haciendo buena política. Por supuesto, los políticos en campaña electoral tienen que parar, pensar y prepararse por estos días para volver a arrancar, después de guardar el luto que Miguel se merece. Me refiero a hacer política en un amplio sentido ciudadano, a dialogar con los diferentes, a utilizar un lenguaje adecuado, a adoptar unas posturas y a tener unas actitudes más dispuestas a escuchar a los otros, a realizar actividades en términos individuales y colectivos que nos permitan a los colombianos llegar a acuerdos para vivir, y hacerlo en sociedad. Es necesario ser deferentes con la muerte, es decir, cuidar y honrar la vida. Esto tiene que ser un compromiso de cada uno, en lo individual y en lo colectivo, pero también de nuestras instituciones, públicas y privadas, empezando por el estado y en particular por el gobierno.
Yo, desde esta columna, me comprometo a hacer política, siempre mediada por la palabra, como una manera de honrar la vida de Miguel, un buen político, un buen hombre, un buen hijo, un buen esposo, un buen padre, un buen ser humano. Los políticos y los ciudadanos debemos hacer una buena política para elegir bien, un buen congreso y un buen gobierno en 2026.
Paz para Miguel, su familia y para Colombia también.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-suescun/